Capítulo 1 desse livro muito engraçado e genial, Inferno de Larry Niven, disponível para baixar na minha biblioteca virtual, juntamente com outros de sua autoria. link no final.
"1
Pensé en lo que era estar muerto.
Recordaba perfectamente todos los detalles de aquella última estupidez, hasta el más mínimo. Cuando terminó yo estaba muerto. Pero, ¿cómo podía pensar en lo que era estar muerto si había muerto?
Cuando se me pasó la histeria me dediqué a pensar en ello. Tenía montones de tiempo para pensar.
Llámenme Allen Carpentier. Es el nombre que usé como escritor, y alguien lo recordará. Era uno de los escritores de ciencia ficción más conocidos del mundo y tenía montones de seguidores. No escribía el tipo de relatos que ganan premios pero resultaban entretenidos y había escrito muchos. Todos los aficionados me conocían. Alguno debería acordarse de mí.
Ellos fueron los que me mataron. Al menos, me dejaron hacerlo. Es un viejo juego. En las convenciones de ciencia ficción los aficionados intentan conseguir que su autor favorito pille una buena borrachera. Después pueden irse a sus casas y dedicarse a explicar que Allen Carpentier pilló una curda de campeonato y que ellos estaban ahí para verlo. Van embelleciendo sus relatos hasta que acaban creando auténticas leyendas sobre cómo se portan los escritores en las convenciones de ciencia ficción. Pero lo hacen con buena intención, para divertirse. La verdad es que me aprecian, y yo les aprecio a ellos.
Eso creo. Pero los premios Hugo se conceden según las votaciones de los aficionados, y para ganar tienes que ser popular. Me han nominado cinco veces a los premios y jamás he ganado ni uno, por lo que ese año me propuse hacer un montón de amistades. En vez de esconderme en un cuartucho con otros escritores me fui a una fiesta de aficionados y me dediqué a beber en una habitación llena de chavales bajitos y feos con la cara llena de granos, tipos altos y serios con todas las pintas de haber estudiado en Harvard, chicas con el pelo largo y grasiento, chicas que no estaban del todo mal vestidas para enseñar que no estaban del todo mal y, para mi gusto, demasiada poca gente que tuviera un mínimo de educación.
¿Recuerdan la fiesta de Guerra y paz? Sí, ésa donde uno de los personajes le apuesta a los demás que es capaz de sentarse en el alféizar de una ventana y beberse toda una botella de ron sin agarrarse a nada... Bueno, pues yo hice la misma apuesta que él.
El hotel donde se celebraba la convención era bastante grande y la habitación se encontraba en el octavo piso. Trepé por el alféizar y me quedé sentado con los pies rozando las piedras de la fachada. La contaminación se había disipado y la ciudad de Los Angeles tenía un aspecto precioso. Incluso con las restricciones de energía había luces por todas partes, ríos de luz que se movían por las autopistas, el resplandor azulado de las piscinas situadas cerca del hotel: toda una parrilla de luces que se extendía hasta donde llegaban mis ojos. También había fuegos artificiales, pero no sé qué estarían celebrando.
Me dieron una botella de ron.
-Eres increíble, Allen -dijo un adolescente de mediana edad. Tenía acné y le olía el aliento, pero editaba una de las revistas de ciencia ficción que tiraban más ejemplares. No habría sabido reconocer una referencia literaria ni aunque le mordiera en la nariz-. Eh, menuda caída...
-Cierto. Hace una noche preciosa, ¿verdad? Ahí está Arturo, ¿la ves? La estrella que más se mueve. En los últimos tres mil años se ha desplazado un par de grados. Igual que si estuviera haciendo carreras.
Las últimas y triviales palabras de Allen Carpentier: una conferencia estúpida destinada a gente que no sólo conocía ya lo que les estaba diciendo, sino que lo habían leído en uno de mis relatos. Cogí la botella de ron y eché la cabeza hacia atrás para beber.
Fue igual que beberse ácido de batería ardiendo. No resultaba nada agradable. Mañana lo lamentaría. Pero los aficionados empezaron a gritar a mi espalda, y eso me hizo sentir bien hasta que me di cuenta del porqué gritaban. Asimov acababa de entrar en la habitación. Asimov escribía artículos científicos, relatos, novelas y comentarios sobre la Biblia, Byron y Shakespeare, y producía más material en un año de lo que nadie puede escribir en toda una vida. Yo solía robar datos e ideas de sus artículos. Los aficionados le estaban aclamando a gritos mientras que yo me jugaba el cuello para ofrecerles el mayor espectáculo de todas las convenciones en que Allen Carpentier se había emborrachado.
Sin nadie mirando.
La botella ya estaba medio vacía cuando mis reflejos se activaron, produciéndome una oleada de náuseas que derramaron una buena cantidad de ron ya engullido en mi nariz y senos nasales. Me doblé hacia adelante para toser y expulsar el líquido de mis pulmones y salí disparado de la ventana.
No creo que nadie me viera caer.
Fue un accidente, un accidente estúpido provocado por el alcohol y, de todas formas, fue culpa de los aficionados. ¡No tenían por qué haberme dejado hacer eso! Y fue un accidente, estoy seguro de ello. No sentía tanta pena hacia mí mismo.
La ciudad seguía estando tachonada de luces. Un cohete estalló derramando puntitos de fuego amarillo y verde que se recortaron contra el cielo estrellado. Mientras caía, pegado al hotel, pude disfrutar de un panorama muy agradable. Y me pareció que tardaba mucho en llegar al suelo."
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