Os enganos, as taras e as frustrações de toda uma classe social, são objetos de uma implacável sátira nesta magnífica narrativa, uma obra prima do humor e da análise psicológica.
Luana
Gilbert Thomas
Después de una jornada de micetología –mi especialidad–, suelo dedicarme a la pintura o la escultura. Debo aclarar que he terminado con las mujeres, debido a lo mucho que me han hecho sufrir en la vida. El arte, pobre remedo de la existencia, no siempre resulta un buen substituto, pero no tengo más remedio que conformarme.
Así, pues, comencé por pintar acuarelas que representaban rudimentarios vegetales. Nada tan hermoso como un liquen primaveral que se extiende por la superficie áspera de una roca, y que introduciéndose en sus grietas la desmenuza hasta transformarla en arena. Los hongos que destrozan el Partenón reduciéndolo a fragmentos de mármol, nunca dejaron de maravillarme con su poder. Así es como la belleza se convierte en polvo.
Tras la pérdida de mi primera esposa, resolví dedicarme a la escultura moderna. Antes había logrado captar la hermosura del Monascus purpureas en unos lienzos, y los que pinté de otras especies –a las que protegía de la corrupción mediante infusiones de ácido desoxirribonucleico (DNA), sin el cual la vida no puede existir– fueron adquiridos por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Pero yo anhelaba realizar algo grande. Y esto a pesar de que mi primera esposa no había sido nada corpulenta, como tampoco lo fuera mi segunda mujer. Eran, por el contrario, mujercitas suaves y apetecibles como la fina «colmenilla», hongo que resulta delicioso cuando se fríe con manteca, o se agrega a la sopa.
Así, pues, comencé por pintar acuarelas que representaban rudimentarios vegetales. Nada tan hermoso como un liquen primaveral que se extiende por la superficie áspera de una roca, y que introduciéndose en sus grietas la desmenuza hasta transformarla en arena. Los hongos que destrozan el Partenón reduciéndolo a fragmentos de mármol, nunca dejaron de maravillarme con su poder. Así es como la belleza se convierte en polvo.
Tras la pérdida de mi primera esposa, resolví dedicarme a la escultura moderna. Antes había logrado captar la hermosura del Monascus purpureas en unos lienzos, y los que pinté de otras especies –a las que protegía de la corrupción mediante infusiones de ácido desoxirribonucleico (DNA), sin el cual la vida no puede existir– fueron adquiridos por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Pero yo anhelaba realizar algo grande. Y esto a pesar de que mi primera esposa no había sido nada corpulenta, como tampoco lo fuera mi segunda mujer. Eran, por el contrario, mujercitas suaves y apetecibles como la fina «colmenilla», hongo que resulta delicioso cuando se fríe con manteca, o se agrega a la sopa.