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A História da Criação da Terra - Robert Sheckley (trecho)



Capítulo Doce


—Ya veo —dijo Maudsley después que Carmody terminó su explicación—. Es una historia interesante, aunque estoy seguro que la ha dramatizado algo… Pero de cualquier forma, está aquí; en busca de un planeta llamado… ¿Tierra?

—Correcto, señor; así es —contestó Carmody.

—Tierra —repitió Maudsley, profundamente abstraído mientras se rascaba la cabeza. Tiene usted mucha suerte, creo recordar ese lugar.

—¿De veras, señor Maudsley?

—Sí, estoy bastante seguro —dijo Maudsley—. Se trata de un pequeño planeta verde que mantiene una raza monomórfica como usted, ¿estoy en lo cierto?

—Absolutamente exacto —dijo Carmody.

—Tengo muy buena memoria para estas cosas —dijo Maudsley—. Y da la casualidad que, en este caso particular, yo construí la Tierra.

—¿Realmente la hizo usted? —preguntó Carmody.

—Sí… Lo recuerdo claramente porque durante su construcción también inventé la ciencia. Tal vez la historia le resulte interesante —se volvió hacia sus ayudantes—. Y para vosotros también será un poco instructivo…

Nadie iba a negar a Maudsley el derecho a contar una historia. De modo que Carmody y los ingenieros ayudantes adoptaron una actitud atenta. Maudsley comenzó:


La Historia de la Creación de la Tierra


—Por aquel entonces yo era todavía un contratista novato. Había puesto algún planeta aquí y allá, y llegué a hacer alguna que otra estrella enana. Pero era muy difícil encontrar trabajo y los clientes, sin excepciones, eran caprichosos; encontraban defectos en todo y tardaban mucho en pagar. En aquellos tiempos era muy difícil contentar a un cliente; solían discutir cada pequeño detalle: Cambie esto, cambie aquello, porqué el agua debe correr hacia abajo en la colina, la gravedad es mucha y el aire caliente se eleva muy pronto en vez de descender. Y así todo…

»En esa época yo era muy ingenuo todavía. Trataba de explicar las razones prácticas y estéticas de todo lo que hacía. Cuando me detuve a recapacitar, me encontré con que las preguntas y sus correspondientes explicaciones requerían más tiempo que los trabajos. Desde todo punto de vista era demasiado hablar y hablar. Y así supe que había llegado el momento de hacer algo al respecto, pero no se me ocurría nada. Entonces, antes del proyecto Tierra, me dediqué a elaborar en mi mente un enfoque por completo diferente en cuanto a la relación con los clientes. Empecé a murmurar para mí: “La forma sigue a la función”. Me gustaba como sonaba eso. Pero después solía preguntarme Por Qué la forma debe seguir a la función. La razón que me di fue la siguiente: “La forma sigue a la función porque es una ley inmutable de la naturaleza y uno de los axiomas fundamentales de la ciencia aplicada”. Y también me gustó como sonaba esta frase, aunque no tenía mucho sentido.

»Pero en ese caso el sentido no importaba. Lo importante era acabar de hacer un nuevo descubrimiento: sin saberlo, había tropezado con el arte de la publicidad y la facilidad para vender, e inventé una artimaña de grandes posibilidades: la doctrina del determinismo científico.

»Por eso siempre recordaré a la Tierra; fue mi primer caso de prueba.

»Me fue a ver un anciano alto y barbudo, con ojos penetrantes, y me pidió un planeta (así empezó su planeta, Carmody). Bien, hice el trabajo muy rápido, creo que en seis días; y pensé que allí terminaba todo. Era uno de esos tantos planetas de bajo presupuesto, y yo había escatimado en ciertos detalles. Pero al escuchar las quejas del cliente, cualquiera habría pensado que le saqué un ojo de la cara.

—¿Por qué hay tantos tornados? —preguntó.

—Es parte del sistema de circulación atmosférica —le respondí. (En realidad, yo había trabajado un poco de prisa y había olvidado colocar una válvula de sobrecarga para la circulación de aire).

—¡Tres cuartas partes del planeta están cubiertas de agua! —protestó—. ¡Y especifiqué claramente que deseaba una proporción de cuatro partes de tierra por una de agua!

—Bueno, fue imposible hacerlo de esa manera —le dije. (Había perdido sus ridículas especificaciones; me cuesta seguir la pista de esos absurdos proyectitos de un planeta solo).

—Y para peor, la poca tierra que me dio la llenó con desiertos y pantanos y junglas y montañas…

—Le da un paisaje —señalé.

—¡Qué me importan los paisajes! —tronó el individuo—. Está bien un océano, una docena de lagos, dos o tres ríos, una o dos cadenas de montañas; eso habría sido aceptable. Adorna un poco el lugar y da una linda sensación a los habitantes. ¡Pero usted me ha entregado shlock!

—Hay una razón para todo eso —repuse. (En cuanto a eso, el trabajo no iba a dejar ganancia a menos que usara montañas reconstruidas, muchos océanos y ríos para rellenar la superficie, y un par de desiertos que compré muy baratos a Ourie, el vendedor de chatarra de planetas. Pero no podía decirle eso a él).

—¡Exijo una razón! —gritó—. ¿Qué voy a decirle a mi pueblo? Sobre ese planeta pondré una raza entera, quizá dos o tres. Serán humanos, hechos a mi propia imagen, y los humanos se destacan por ser pendencieros, igual que yo. ¿Qué supondremos que les diré?

»Bueno, yo sabía qué podía decirles, pero no quise ofenderle, de manera que fingí meditar sobre el asunto. Aunque parezca sorprendente, pensé y se me ocurrió una treta que supera a todas.

—Dígales la verdad científica, Lisa y llanamente —contesté—. Explíqueles que, científicamente hablando, todo lo que es, debe ser.

—¡¿Ehhh?! —murmuró.

—Es el determinismo —dije, inventando impulsivamente la palabra—. Es bastante simple, aunque quizás un tanto esotérico. Para empezar, la forma sigue a la función; por lo tanto, su planeta es exactamente como debe ser por el simple hecho de ser. Segundo, la ciencia es invariable; por lo tanto, si algo no es invariable, no es ciencia. Y por último, todo sigue determinadas reglas. No siempre es posible resolver cuáles son esas reglas, pero puede estar seguro de que existen. De manera que hay una razón para que nadie deba preguntar ¿por qué esto en lugar de esto otro? En vez de eso, cada uno debería preguntar, ¿cómo funciona?

»Bueno, a pesar de mi explicación, siguió haciéndome algunas preguntas bastante difíciles, y puedo asegurarles que era un anciano muy inteligente. Pero no sabía un rábano sobre la ingeniería: su especialidad era la ética, la moral y la religión, y otros temas fantásticos como ésos. De ahí que, naturalmente, no pudiera expresar ninguna verdadera objeción. Era uno de esos tipos a los que les encantan las abstracciones, y empezó a repetir:

—«Aquello que es, es porque debe ser». ¡Hmmm! Es una fórmula que resulta intrigante y no carece de cierta pátina de estoicismo. Creo que voy a incorporar algunos de estos conocimientos en las lecciones que doy a mi pueblo… Pero dígame esto: ¿Cómo puedo armonizar la fatalidad indeterminada de la ciencia con el libre albedrío que pienso otorgar a mi gente?

»¡Para qué voy a contarles! El viejo casi me atrapa con eso. Sonreí y tosí un poco para darme tiempo a pensar; y luego le dije:

—¡La respuesta es obvia! (…que es una buena respuesta hasta donde se pueda esperar).

—No tengo duda que lo es —dijo—. Pero no la percibo.

—Vea —le dije—. Ese libre albedrío que piensa darle a su pueblo, ¿no es también una especie de fatalidad?

—Podría considerársele de esa manera. Pero la diferencia…

—Además —me apresuré a decir—, ¿desde cuándo el libre albedrío y la fatalidad son incompatibles?

—Sin duda, parecen incompatibles —dijo.

—Eso se debe a que usted no entiende la ciencia —le respondí, cambiando los términos bajo su curva nariz—. ¿Sabe usted una cosa, querido señor? Una de las leyes cien —tíficas básicas es que la casualidad juega un papel en todo. Estoy seguro que usted sabe esto: la casualidad es el equivalente matemático del libre albedrío.

—Pero… lo que usted dice es muy contradictorio —afirmó él.

—Así es la cosa —insistí—. La contradicción es una de las normas fundamentales del Universo. Las contradicciones dan origen a la lucha, sin la cual todo llegaría a un estado de entropía. De manera que si las cosas no existieran en un aparente estado de contradicción irreconciliable, no habría planetas ni universo.

—¿Aparente? —dijo, rápido como la luz.

—Derecho como una flecha —respondí—. Contradicción, que podemos definir provisoriamente como la existencia de opuestos igualados por la realidad, no es la última palabra en el tema. Por ejemplo, propongamos una sola tendencia aislada; ¿qué sucede cuando se empuja una tendencia hasta el límite?

—No tengo la menor idea —dijo el viejo—. En esta clase de discusión, la falta de normas…

—Lo que sucede —continué—, es que esa tendencia se convierte en su opuesta.

—¿Sucede así, en realidad? —preguntó, evidentemente conmovido; estos tipos religiosos son algo serio cuando tratan de habérselas con la ciencia.

—Es la pura verdad —le aseguré—. Tengo pruebas de sobra en mi laboratorio, aunque las demostraciones resultan un poco aburridas…

—No, por favor. Creo en su palabra —dijo el anciano—. Después de todo, hemos hecho un pacto.

»Era la palabra que siempre usaba en lugar de “contrato”. Significaba lo mismo, pero era más bonita.

—Opuestos igualados —meditó—. Determinismo. Cosas que se transforman en lo opuesto. Temo que todo esto esté resultando demasiado intrincado.

—Y también estético —agregué—. Pero todavía no he terminado en cuanto a la transformación de los extremos.

—Continúe, por favor —dijo.

—Gracias. Bueno, tenemos que considerar la entropía entonces, lo que significa que las cosas persisten en sus movimientos, a menos que haya influencias externas (según mi experiencia, a veces el movimiento persiste a pesar de tales influencias externas). En ese caso, tenemos la entropía que impulsa una cosa hacia su opuesto. Si una sola cosa es dirigida hacia su opuesto, entonces todas las cosas se dirigen hacia sus opuestos, porque la ciencia es consistente, ¿se da una idea ahora? Llegamos a tener todas estas cosas transformándose frenéticamente a ellas mismas hasta transformarse en sus opuestos. Ya en un nivel más elevado de organización, encontramos grupos de opuestos actuando de la misma forma. Y más alto, y más alto. ¿Vamos bien hasta aquí?

—Imagino que sí —dijo él.

—Bien. Y ahora, naturalmente, surge una pregunta: ¿Y esto es todo? Quiero decir, ¿todo el juego se reduce a cosas que se vuelven opuestas a ellas mismas de adentro hacia fuera y de afuera hacia dentro? Y lo hermoso de todo esto, señor, es que no es así en realidad; estos opuesto de aquí para allá, como focas entrenadas, constituye sólo un aspecto de lo que sucede. Porque… —aquí hice una pausa y hablé con la voz muy profunda—, porque hay una sabiduría que va más allá del fragor y el desorden del mundo de los fenómenos. Esta sabiduría, señor, ve a través de la cualidad ilusoria de las cosas reales, y más allá de eso, es capaz de ver las funciones profundas del universo, que se encuentran en un estado de grandiosa y magnífica armonía.

—¿Cómo es posible que algo sea ilusorio y real a la vez? —me preguntó, con la rapidez de un latigazo.

—No está a mi alcance dar respuesta a eso —le dije—. Piense que soy un mero y humilde trabajador científico; veo lo que veo y actúo de acuerdo a eso. Pero quizá detrás de todo esto exista una razón ética.

»Por un buen rato, el viejo muchacho se abstrajo profundamente y pude apreciar que estaba librando una tremenda lucha consigo mismo. Por supuesto, era capaz de detectar una falacia lógica tan rápido como el que más, y mis razones habían estado plagadas de ellas. Pero como a todo intelectual, le fascinaban las contradicciones y sintió una poderosa urgencia de incorporarlas a su sistema. Además, tenía bastante sentido común como para saber que, de todas las proposiciones que yo le había formulado, todas no podían ser tan engañosas; al mismo tiempo su intelecto le decía que, si en realidad las cosas parecían tan complicadas, quizá por debajo de todo ello había un sutil y simple principio unificador, o al menos, una moral bien sólida… Y por último, le había hecho tragar otra vez el anzuelo sólo por emplear la palabra “ética”. Porque el anciano caballero tenía una verdadera manía por la ética, estaba sobresaturado de ella; podría llamársele Señor Ética, no tenga la menor duda. Y así, en forma accidental, le di la idea de que todo el maldito universo se trataba sólo de una serie de homilías y contradicciones, de leyes e injusticias; todo lo cual conducía a la más extravagante y rara especie de orden ético.

—Aquí hay algo mucho más profundo de lo que había pensado —dijo después de un momento—. Había planeado educar a mi pueblo solamente en la ética, y dirigir su atención a cuestiones imperativas de moral; por ejemplo, en cuanto a cómo y porqué debe vivir el hombre, en vez de qué constituye la materia viva. Deseaba que fueran exploradores, para que sondearan las profundidades de la alegría, el miedo, la piedad, la esperanza, la desesperación…, en lugar dé científicos que estudian las estrellas y las gotas de agua pare formular hipótesis grandiosas y poco prácticas en base a sus descubrimientos. Tenía plena conciencia del universo, pero lo consideraba algo superfluo. Usted me ha sacado de mi error.

—Bueno, vea —dije—; no tenía intención de causarle problemas. Pensé que debía hacerle notar estas cosas…

El anciano sonrió.

—Al causarme problemas —dijo—, me ha evitado problemas mayores. Puedo crear según mi propia imagen, pero no haré un mundo habitado por versiones de mí mismo en miniatura. El libre albedrío es muy importante para mí, y para bien o para mal, para alegría o dolor, mis criaturas lo tendrán. Sé que tomarán este juguete inútil y resplandeciente que vosotros llamáis ciencia, y lo elevarán hasta una no proclamada Divinidad. Quedarán fascinados con las contradicciones físicas y las abstracciones solares; se dedicarán al conocimiento de las cosas y olvidarán el conocimiento de sus propios corazones. Usted me ha convencido de ello y le quedo agradecido por prevenirme.

Para ser franco, a partir de entonces comencé a ponerme un poco nervioso. Quiero decir: era un Don Nadie; pero aunque no conocía a nadie importante, su rango era evidente. Tuve la impresión de que, si él lo deseaba, podía crearme un pandemonio de dificultades tan solo con algunas pocas palabras o una frase que, como una flecha envenenada, se alojaría en mi mente para no salir jamás. Y para ser sincero, eso me asustó un poco.

«Bueno señores, el viejo bromista debió haber leído mis pensamientos, porque dijo:

—No tenga ningún temor. Acepto sin reservas el mundo que ha construido para mí, exactamente como es; servirá muy bien así. Acepto también las fallas y defectos que le ha introducido, no sin cierta gratitud. También, se las pagaré. —¿Cómo? — pero ¿cómo es que se pagan los defectos?

—Aceptándolos sin disputar —dijo—. Y alejándome de usted ahora, para seguir con mi tarea y la tarea de todo mi pueblo.

»Y el anciano caballero se fue sin agregar palabra.

»Bueno, quedé muy pensativo. Yo había dado todos los buenos argumentos, pero de alguna manera el viejo se fue con la última palabra. Supe lo que había querido decir: él había cumplido su contrato conmigo y con eso, todo quedaba terminado. Me dejó sin ninguna palabra personal hacia mí, lo que desde su punto de vista era una especie de castigo.

»Pero ésa era la forma en que él veía todo esto. ¿Para qué quería yo sus palabras? Sólo quería oírlas, se entiende, es natural. Y por esa razón, durante algún tiempo le busqué. Pero él no tenía interés en verme…

»En realidad, no importa. Hice una buena ganancia con ese mundo, y si bien es cierto que aquí y allá ha quedado algo torcido, el asunto es que no se ha roto. Así son las cosas; uno está obligado a obtener un provecho, y no conviene complicarse demasiado por las consecuencias.

»Con todo esto me proponía alcanzar un objetivo, y quiero que me escuchen atentamente, muchachos. La ciencia está llena de reglas porque así la inventé. Pero ¿porqué de esta manera? Porqué las reglas constituyen una gran ayuda para un empresario alerta, así como las leyes son un recurso importante para los abogados. La finalidad de las reglas, doctrinas, axiomas, leyes y principios de la ciencia es ayudarnos, no coartarnos. Existen para proporcionar las razones de lo que uno hace. La mayoría de ellas son más o menos verdaderas, y eso ayuda.

»Pero recuerden siempre algo muy importante: estas reglas deben ayudarles a explicar al cliente lo que han hecho y no lo que piensan hacer. Cuando les encarguen un proyecto, háganlo exactamente como crean conveniente hacerlo; después, arreglen los hechos alrededor de sus explicaciones, y nunca a la inversa.

»Tengan presente que estas reglas existen como una barrera contra la gente que hace preguntas. Pero no deben ser barreras para ustedes. Si algo han aprendido de mí, es que nuestro trabajo, inevitablemente, no tiene explicación. Nos limitamos a hacerlo: algunas veces sale bien, otras no.

»Pero nunca traten de explicarse porqué suceden algunas cosas en lugar de otras. No pregunten ni imaginen que existe alguna explicación, ¿entienden?

Ambos asistentes asintieron con vehemencia. Parecían de pronto hombres iluminados, como si hubieran encontrado una nueva religión. Carmody habría apostado cualquier cosa a que ambos jóvenes ansiosos habían memorizado cada una de las palabras del constructor, y que de ahí en adelante las convertirían… en una regla.

***

Dimensión de Milagros – Robert Sheckley
(Original: Dimension of Miracles, 1968)

La Batalla - Cuento de Robert Sheckley (Ilust. Oscar Holguin)

Ilustración de Oscar Holguin


LA BATALLA 

Robert Sheckley


Al entrar en el cuarto de comando, el teniente general Fetterer ladró:
—¡Descanso!
Sus tres generales, obedientes, aflojaron los miembros.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Fetterer, mirando su reloj—. Repasaremos nuevamente los planes de batalla.
Se dirigió a la pared y desplegó un gigantesco mapa del desierto de Sahara.
—Según nuestra mejor información teológica, Satanás presentará sus fuerzas en estas coordenadas. Indicó el lugar con el índice romo.
—A la vanguardia vendrán los diablos, los demonios, los súcubos, los íncubos y el resto de esa clase. Baal comandará en flanco derecho; Buer el izquierdo. Su Majestad Satánica estará en el centro.
—Bastante medieval —murmuró el general Dell. El ayudante del teniente general Fetterer entró, radiante de felicidad al pensar en el Advenimiento.
—Señor —dijo—, el sacerdote está otra vez aquí.
—¡Atención, soldado! —dijo Fetterer, severo—. Todavía nos queda una batalla por ganar.
—Sí, señor —repuso el ayudante, poniéndose rígido y perdiendo parte de su alegría.
—Conque el sacerdote ¿en?.
El teniente general Fetterer se frotó los dedos, pensativo. Desde el Advenimiento, desde que se supo la proximidad de la última Batalla, los religiosos del mundo se habían convertido en una verdadera molestia. Habían abandonado sus querellas, cosa muy provechosa, pero ahora trataban de intervenir en los asuntos militares.
—Dígale que se marche —dijo al ayudante—. Ya sabe que estamos planeando el Armagedón.
—Sí, señor —respondió el ayudante.
Saludó con bríos, giró sobre sus talones y se marchó.
—Continuemos —dijo Fetterer—. Tras la primera línea de defensa vendrán los pecadores resucitados. Los interceptores robóticos de Dell les saldrán al encuentro.
El general Dell sonrió sombríamente.
—Hecho el contacto, el cuerpo de tanques automáticos de MacFee avanzará hacia el centro, apoyado por la infantería robótica del general Ongin. Dell comandará el ataque con bombas H de la retaguardia, que deberá ser compacta. Yo lanzaré la caballería mecánica, aquí y aquí.
Volvió a entrar el ayudante y se puso en posición firme.
—Señor —dijo—, el sacerdote se niega a marcharse. Dice que debe hablar con usted.
Fetterer vaciló antes de decir que no. Recordó que era la Ultima Batalla y que los religiosos tenían indudable conexión con ella. Decidió, por lo tanto, conceder al hombre unos cinco minutos.
—Hágalo pasar —ordenó.
El sacerdote vestía de civil, para demostrar que no representaba a ninguna religión en particular. Parecía cansado, pero decidido.
—Teniente general —dijo—, represento a todos los religiosos del mundo, curas, rabinos, ministros, mullahs, etcétera. Le rogamos que nos permita luchar en la batalla del Señor.
El teniente general Fetterer tamborileó nerviosamente los dedos contra el costado. No quería enemistarse con estos hombres. Aun él, el teniente general, podía necesitar una palabra de bondad cuando todo estuviera dicho y hecho.
—Trate de comprender mi situación —dijo, entristecido—. Soy general y debo librar una batalla.
—Pero es la Ultima Batalla —dijo el sacerdote—. Debería ser la batalla de la humanidad.
—Lo es —respondió Fetterer —y la libramos sus representantes, los militares.
El sacerdote no pareció convencido. Fetterer insistió:
—Ustedes no querrán perderla, ¿verdad, y que gane Satanás?
—Claro que no —murmuró el sacerdote.
—En ese caso, no podemos correr el menor riesgo. Todos los gobiernos se han declarado de acuerdo, ¿no es así? ¡Oh!, sería muy bello librar la batalla de Armagedón con toda la humanidad. Simbólico, se podría decir. Pero ¿podríamos estar seguros de la victoria?
El cura trató de decir algo, pero Fetterer prosiguió en seguida:
¿Cómo calcular el poder de las fuerzas satánicas? En términos militares, hemos de emplearnos a fondo. Y eso significa utilizar los escuadrones automáticos, los interceptores y los tanques robóticos y las bombas H.
—Pero eso no está bien —dijo el sacerdote, con expresión desdichada. ¿No hay lugar en su plan para el hombre?
Fetterer caviló un instante, pero el pedido era imposible de satisfacer. El plan de la batalla estaba completamente desarrollado; era hermoso, irresistible. Introducir el burdo elemento humano sólo significaría desequilibrio. Ninguna carne viviente podría soportar el poder ígneo que lo envolvería todo. Cualquier ser humano que se hallara en un radio de ciento cincuenta kilómetros no viviría lo bastante para ver al enemigo.
—Temo que no —respondió Fetterer.
—Algunos piensan —dijo el religioso, severamente—, que ha sido un error poner esto en manos de los militares.
—Lo siento —dijo el teniente general, lleno de vivacidad. Pero eso es cháchara derrotista. Si a usted no le importa… Señaló la puerta. A desgana, el sacerdote se marchó.
—Estos civiles —murmuró Fetterer—. Bueno, señores, ¿están listas sus tropas?
—Estamos listos para luchar por El —dijo el general MacFee, entusiasta—. Puedo responder por cada autómata mis órdenes. El metal reluce, los relés han sido cambiados y sus tanques de energía están completamente llenos. ¡Señor, arden por luchar!
El general Ongin se liberó de su ensimismamiento.
—¡Las tropas de tierra están listas, señor!
—Las fuerzas aéreas están listas —agregó el general Dell.
—Excelente —repuso Fetterer—. Los demás arreglos también han sido terminados.
Toda la población del mundo lo verá por televisión. Nadie, rico o pobre, se perderá el espectáculo de la Ultima Batalla.
—Y después de la batalla… —empezó el general Ongin.
Se interrumpió, mirando a Fetterer. Este arrugó el ceño. No sabía qué iba a ocurrir después de la Batalla. Esa parte quedaba en manos de los religiosos, según cabía presumir.
—Supongo que habrá una presentación, o algo así —dijo vagamente.
—¿Es decir, nos presentarán a… El? —preguntó el general Dell.
—No lo sé —dijo Fetterer—, pero así lo creo. Después de todo…, quiero decir…
Ustedes saben lo que quiero decir.
—¿Y qué ropa llevaremos? —preguntó el general MacFee, súbitamente presa del pánico —¿Qué se pone uno en un caso así?
—¿Qué usan los ángeles? —preguntó Fetterer a Ongin.
—No lo sé.
—¿Túnicas, tal vez? —sugirió Dell.
—No —dijo severamente Fetterer—. Llevaremos los uniformes de gala, sin condecoraciones.
Los otros asintieron. Parecía adecuado. Y el momento llegó.
Las legiones del Infierno avanzaron por el desierto, esplendorosas en su despliegue marcial. Sonaron los clarines infernales, batieron sordamente los tambores y el enorme ejército fantasmal se adelantó.
En una cegadora nube de arena, los tanques automáticos del general MacFee se lanzaron contra los enemigos satánicos. Inmediatamente, los bombarderos automáticos de Dell chirriaron en lo alto, lanzando sus bombas en la horda apretada de malditos.
Fetterer cargó valientemente con su caballería automática.
La infantería automática de Ongin avanzó en la confusión y el metal hizo lo que estaba a a su alcance.
Las hordas malditas desbordaron la delantera, apartando tanques y robots. Los mecanismos automáticos perecían, defendiendo bravamente cada parcela de arena. Los ángeles caídos, bajo la dirección de Marchocias, arrancaban del cielo los bombarderos de Dell, levantando ciclones con sus alas de grifo.
La delgada y maltrecha fila de robots se mantenía firme, frente a presencias gigantescas que los aplastaban y esparcían, llenando de terror el corazón de los televidentes de todo el mundo. Como hombres, como héroes, los robots trataban de poner en retirada a las fuerzas del mal.
Astaroth gritó una orden y Behemoth avanzó pesadamente. Baal, seguido por una falange de demonios, se lanzó a la carga contra el desmoronado flanco izquierdo del teniente general Fetterer. Chirridos de metal, aullidos de los electrones bajo la agonía del impacto.
El teniente general Fetterer sudaba y se estremecía a mil quinientos kilómetros de la línea de fuego. Empero, severamente, sin pausa, seguía conduciendo el oprimir de botones y el bajar de palancas.
Sus soberbios batallones no lo desilusionaron. Los robots, mortalmente heridos, se alzaron sobre los pies para seguir luchando. Destrozados, tumbados, aplastados por los aullantes enemigos, lograron defender la línea. Entonces, el veterano Quinto Cuerpo se lanzó al contraataque, perforando la delantera del adversario.
A mil quinientos kilómetros de la línea de fuego, los generales condujeron el operativo de limpieza.
—La batalla está ganada —susurró el teniente general Fetterer, volviendo la espalda a las pantallas de televisión—. Los felicito, caballeros.
Los generales sonrieron, agotados.

Se miraron entre sí y de pronto lanzaron un grito espontáneo. El Armagedón estaba ganado y derrotadas las fuerzas de Satanás.
Pero algo ocurría en las pantallas.
—¿No es ése… no es…? —empezó el general MacFee, pero no pudo seguir hablando.
Porque la Presencia estaba ya sobre el campo de batalla, caminando entre los montones de metal retorcido y quebrado.
Los generales guardaron silencio.
La Presencia tocó a uno de los maltrechos robots.




Por sobre el desierto humeante, los robots empezaron a moverse. El metal retorcido, desgarrado o fundido se enderezó y los hombres mecánicos se irguieron sobre los pies.
—MacFee —susurró el teniente general—, pruebe sus controles, trate de que los robots se arrodillen, o algo así.
El teniente general hizo el intento, pero los controles no obedecían.
Los cuerpos de aquellos hombres mecánicos empezaron a alzarse en el aire.
Circundados por los ángeles del Señor, los tanques, los bombarderos, los soldados robóticos se elevaban más y más alto.
—¡Los está salvando! —gritó histéricamente Ongin —¡Está salvando a los robots!
—¡Es un error! —dijo Fetterer—. Pronto. Envíen un mensajero que… ¡No! Iremos en persona.
A toda prisa se preparó una nave, a toda prisa se dirigieron al campo de batalla.

Demasiado tarde: el Armagedón había terminado. Ya no estaban los robots y el Señor había partido con sus huestes.

***
Título original: "The Battle"
Publicado en pulp: If 1954
Libro: Citizen in space © Robert Sheckley, 1955.
Traducción: Norma B. de López y Edith ZilliT

3 Antologias Pessoais da Ficção Científica #Sturgeon #Sheckley #Kuttner

3 Antologias Pessoais da Ficção Científica

A ficção científica surgiu popularmente no formato de contos (e contos longos também conhecidos no Brasil como 'noveletes'), publicados em revistas impressas em papel barato chamados pulps.

Os romances com histórias completas são uma concepção tardia do gênero, somente apareceram nos anos 1960, (desconsiderar H.G. Wells e Julio Verne). Também há um formato intermediário chamado de Fix-Up, que eram seleções de contos com ambientações semelhantes, amarrados de forma meio tosca e publicados como se tratasse de um romance.

Portanto, o conto é, digamos assim, a forma nativa e a mais natural de expressão da ficção científica.

Quase todos os autores de ficção científica escreveram contos. E o que é ainda melhor: desses a maioria teve coletâneas dos seus contos selecionados de maneira criteriosa e capazes de mostrarem decididamente o melhor do cada um.


Inicia-se aqui uma série de antologias pessoais que refletem o essencial de cada autor. Comecemos com essas três:


***

1. Theodore Sturgeon - La Fuente Del Unicornio, 1953. 
(Ainda sem tradução em português)


Este é o livro de contos mais famoso de Theodore Sturgeon e também é o mais variado em termos de estilos e argumentos. Seus contos sempre surpreendem pelo clima insólito, sobrenatural e as vezes até alucinante em que ele nos coloca. É uma ficção científica terrestre que corre estreitamente entremeada na realidade, com personagens problemáticos e estigmatizados na sociedade. Suas histórias dão medo, algumas são tristes de chorar e outras de uma maldade irônica e cruel.

Entre os contos eu destacaria La fuente del unicornio, que é o conto de abertura e pertence ao gênero fantástico. Un plato de soledad e El mundo bien perdido, que retratam bem esse clima de que falei acima, outros de terror puro como El osito de felpa del profesor, Una manera de pensar e principalmente Las manos de Bianca, um verdadeiro clássico que em 1947 ganhou um importante prêmio da revista inglesa Argosy, no qual foi finalista Graham Greene.


RELATOS:


La fuente del unicornio (The silken swift, 1953) - El osito de felpa del profesor (The Professor's Teddy-Bear , 1948) - Las manos de Bianca (Bianca's Hands, 1947) - Un plato de soledad (Saucer of Loneliness, 1953) - El mundo bien perdido (The World Well Lost, 1953) - No era sicigia (It wasn't syzygy / The deadly ratio, 1948) - La música (The music, 1953) - Cicatrices (Scars, 1949) - Fluffy (Fluffy, 1947) - Sexo opuesto (The sex opposite, 1952) - ¡Muere, maestro, muere! (Die, Maestro, die!, 1949) - Compañero de celda (Cellmate, 1947) - Una manera de pensar (A way of thinking, 1953).



***


2. Robert Sheckley - Ciudadano Del Espacio, 1955.

(Também sem tradução em português)


Essa é a coletânea 'crème de la crème' de Sheckley. Seu humor sarcástico, seu estilo rápido e suas criaturas dementes e perdedoras jogam com situações quase reais, que mesmo ocorrendo em planetas distantes nos parecem levemente familiares por mostrarem a hipocrisia, a falsidade e o egoísmo humano.

Todos os contos são ótimos, mas para sentir o estilo, aqui um trechinho do conto "Un pasaje a Tranai" (A Ticket to Tranai, 1955) :

"La mayor parte de sus habitantes eran indiferentes al espectáculo de corrupción administrativa, tanto en los altos cargos como en los de menor importancia; no reparaban en el juego, en las guerras del hampa ni en el alcoholismo de los adolescentes. Estaban acostumbrados a que las rutas se hallaran en pésimo estado, los viejos depósitos de agua estallaran, las plantas de energía se vinieran abajo y los edificios decrépitos se derrumbaran. Mientras tanto, los amos construían casas propias cada vez mayores, piscinas más suntuosas y establos más cálidos. La gente estaba habituada. Pero Goodman no."

Qualquer semelhança, não é mera coincidência...

RELATOS: 


La montaña sin nombre (The Mountain Without a Name, 1955), El contador (The Accountant, 1954), Caza difícil (Hunting Problem, 1955), Un ladrón en el tiempo (A Thief in Time, 1954), Un hombre de suerte (Fortunate Person, The Luckiest Man in the World, 1955), No tocar (Hands Off, 1954), Algo a cambio de nada (Something for Nothing, 1954), Un pasaje a Tranai (A Ticket to Tranai, 1955), La batalla (The Battle, 1954), Autorización para delinquir (Skulking Permit, 1954), Ciudadano del espacio (Spy Story, Citizen in Space, 1955) e Preguntas ingenuas (Ask a Foolish Question, 1953). Esta última história é sobre oráculos, e poderia ser resumida hoje assim: Google - acerta a resposta para quem souber fazer a pergunta...




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Henry Kuttner - Lo Mejor de Henry Kuttner II, 1975.

(sem tradução ao português)


Autor bastante versátil e que faleceu cedo demais (1915-1958), está bem representado nestes dois volumes com o seu melhor. Por um daqueles acasos editoriais este segundo volume contém os contos mais inquietantes do autor. Alguns deles foram escritos em parceria com a sua esposa Catherine L. Moore. Todas as suas histórias são marcadamente irônicas e de um humor causticante. Utiliza todos os temas possíveis, terror, fantasia, fantástico, ficção científica soft e hard.

RELATOS:

Hubo una vez un gnomo (A Gnome There Was), La gran noche (The Big Night), Solo pan de jengibre (Nothing But Gingerbread Left), El patrón hierro (The Iron Standard), Guerra fría (Cold War), De lo contrario (Or Else), Cesión de beneficios (Endowment Policy), Problema de alquiler (Housing Problem), Lo que necesita (What You Need), e Absalon (Absalom).





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Espero que o mercado editorial brasileiro ainda acorde para essa literatura mais personalizada da ficção científica, e possa vir a publicar finalmente em português essas obras já clássicas (e de domínio público). 

Herman Schmitz, Londrina-PR.

Tubo digestivo abajo y al cosmos con mantra, tantra, y lluvia de estrellas - Robert Sheckley (Cuento)

Tubo digestivo abajo y al cosmos con mantra, tantra, y lluvia de estrellas

Robert Sheckley



Según nos dicen, la experimentación con drogas psicodélicas ha abierto todo un nuevo campo de exploración al hombre: el universo interior, es decir el que existe en su propia mente. Pero es bien sabido que los mensajes facilitados al cerebro por los sentidos bajo los efectos de estas drogas van deformados... aunque, ¿quién sabe si esas sensaciones deformadas no serán la realidad, que no perciben los sentidos en su estado normal?
-¿Pero tendré realmente alucinaciones? -preguntó Gregory.

-Como ya te he dicho, te lo garantizo -le contestó Blake-. Ya deberías estar empezando. Gregory miró a su alrededor. La habitación era desconsoladora y tediosamente familiar: una estrecha cama azul, un armario de nogal, una mesa de mármol con base de hierro forjado, una lámpara de dos cabezas, una alfombra color rojo y un aparato de televisión marrón claro. El estaba sentado en un sillón tapizado. Frente a él, en un sofá de plástico blanco, se hallaba Blake, jugueteando con tres pastillas moteadas de colores y de forma irregular.

-Quiero decir -prosiguió Blake-, que hay todo tipo de ácido por ahí: pastillas, cápsulas rojas, la mayor parte de él mezclado con anfetaminas o con alguna otra cosa. Pero tú has tenido la gran fortuna de acabar de ingerir el cóctel especial de superácidos, especialmente tántrico y mántrico, de efectos instantáneos, preparado por el doctor Blake y conocido entre los camellos como Lluvia de Estrellas, y que contiene tales aditivos como el STP, el DMT y el THC, así como un pellizco de yague, una pizca de silocibina, un toque de oloiuqu y además el ingrediente especial del doctor Blake: extracto de bayas silvestres, el más nuevo y potente de los potenciadores alucinogénicos.

Gregory estaba mirando su mano derecha, abriéndola y cerrándola lentamente.

-El resultado -prosiguió Blake-, es la increíble, total e instantánea, así como multiesplendorosa explosión de ácidos del doctor Blake, garantizada para hacerte alucinar al menos un cuarto de hora, o te devolveré tu dinero y colgaré mis hábitos como el mejor químico underground que jamás haya existido en el West Village.

-Tú sí que suenas como si estuvieras alucinado -dijo Gregory.

-En lo más mínimo -protestó Blake- Simplemente, estoy alto en speed, simples y anticuadas anfetaminas, tales como tragan a kilos o se inyectan a litros los camioneros y los estudiantes universitarios. El speed no es más que un estimulante. Con su ayuda puedo hacer mi trabajo más deprisa y mejor. Y mi trabajo es crear mi propio y rápido imperio de las drogas entre Houston y la Calle Catorce, y luego desaparecer con rapidez, antes de que me queme los nervios o caigan sobre mí los agentes de narcóticos o la Mafia, para entonces largarme a Suiza en donde me dedicaré a volar en un espléndido sanatorio rodeado por mujeres alegres, nutridas cuentas de banco, coches rápidos y el respeto de los políticos locales.

Blake hizo una pausa por un instante y se frotó su labio superior.

-El speed lo que hace es dar un cierto sentido de grandilocuencia, con el acompañamiento de verborrea... pero no tengas miedo, mi recientemente encontrado amigo y estimado cliente, puesto que mis sentidos se hallan más o menos en orden y soy totalmente capaz de actuar como tu guía en el supervuelo jumbo en el que ahora te hallas embarcado.

-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tomé esa pastilla? -preguntó Gregory.

Blake miró a su reloj.

-Hace más de una hora.

-¿No debería estar actuando ya?

-Ya lo creo que debería. Indudablemente lo está. Debe de estar sucediendo algo.

Gregory miró a su alrededor. Vio el pozo tapizado de cristal, la luciérnaga que pulsaba, la mica apisonada, el grillo cautivo. Estaba en el lado del pozo más cercano a la cañería de escape. Al otro lado, sobre la musgosa piedra gris, se hallaba Blake, con sus cilios alborotados y su exodermis punteada, jugueteando con tres pastillas moteadas de colores y de forma irregular.

-¿Qué es lo que pasa? -preguntó Blake.

Gregory se rascó la dura membrana que tenía sobre su tórax. Sus cilios ondearon espasmódicamente en clara evidencia de su asombro, desencanto e incluso quizá, miedo. Tendió un palpo, lo contempló largo y duro, lo dobló por la mitad y lo volvió a tender.

Las antenas de Blake apuntaban rectas hacia arriba en un gesto de preocupación.

-¡Hey, muchacho, háblame! ¿Estás alucinando?

Gregory hizo un movimiento indeterminado con su cola.

-Empezó hace poco, cuando te pregunté si realmente tendría alguna alucinación. Ya estaba alucinando entonces pero no me daba cuenta, pues todo parecía muy natural, muy ordinario... Estaba sentado en un sillón, tú estabas en un sofá y ambos teníamos una piel blanda como... ¡como la de los mamíferos!

-El paso a la ilusión es, a menudo, imperceptible -dijo Blake-. Uno entra y sale de ellas. ¿Qué es lo que ves ahora?

Gregory enrolló su cola segmentada y relajó sus antenas. Miró a su alrededor. El pozo era desconsoladora y tediosamente familiar.

-Oh, ya he vuelto a la normalidad. ¿Crees que voy a tener más alucinaciones?

-Como ya te he dicho, te lo garantizo -dijo Blake, plegando cuidadosamente sus alas color rojo brillante y arrellanándose confortablemente en un rincón del nido.


FIN

Down the digestive tract and into the cosmos with mantra, tantra and specklebang, © 1971 by Robert Sheckley. Traducción de: ?, en nueva dimensión 60 (Los mejores cuentos cortos de la ciencia ficción mundial).

Robert Sheckley - O Prêmio do Perigo (Conto)


O PRÊMIO DO PERIGO
Conto de Robert Sheckley


Raeder ergueu cautelosamente a cabeça acima do peitoril da janela. Viu a escada de incêndio, que descia para um beco estreito. Havia no beco um carrinho de criança estragado e três latas de lixo. Enquanto olhava, um braço vestido de preto esgueirou-se por trás da lata de lixo mais afastada, empunhando um objeto brilhante. Raeder abaixou-se, rapidamente. Uma bala estilhaçou a janela e foi penetrar no teto, lançando sobre ele fragmentos de reboco.

Não podia contar com o beco. Estava vigiado, assim como a porta.

Estendeu-se de comprido sobre o linóleo lascado, espiando o buraco da bala no teto e escutando os ruídos que vinham da porta. Era um homem alto, de olhos injetados e barba de dois dias. Suor e cansaço haviam traçado linhas em seu rosto . O medo alterara seus traços, enrijecendo músculos e destacando o latejar dos nervos. O resultado fora surpreendente: agora, seu rosto ganhara caráter, assumira uma nova forma, pela expectativa da morte.

Robert Sheckley - A Montanha sem Nome (reconto)


Criando um novo gênero de divulgação literária: o RECONTO.

O Reconto é uma maneira rápida de contar uma história lida, usando somente a lembrança e narrando somente o essencial da história e ainda, de modo pessoal.

É diferente da Resenha, pois essa deve referenciar o original nos detalhes, nos nomes dos lugares e dos personagens, e além disso,  normalmente, deve citar referências sobre o autor e algo do contexto em que foi escrita a obra.

No RECONTO não!

Mas nem todas as obras servem para o Reconto.

É completamente inviável Recontar contos de autores como
Katherine Mansfield ou James Joyce; nestes autores, quase não há trama no sentido usado pelos roteiristas de cinema, neles o importante são as figuras literárias utilizadas, a escolha das palavras, o encadeamento delas, o subtexto, os aspectos existenciais e outros fatores que contribuem que uma obra tenha esse status de "literária".

Na Ficção Científica, com raras exceções os autores são "literários", e recordo agora somente de Stanislaw Lem e Walter M. Miller, Jr. como possíveis candidatos à este status...

Talvez o fato de uma boa parte dos autores de ficção científica ganharem a vida realmente como cientistas ou como divulgadores científicos, existe uma certa "linha dura" na literatura de FC, mas em contrapartida, temos o excesso de imaginação, repleto de criaturas e tantos mundos alienígenas, com histórias interessantes e curiosas.

Portanto, resolvi fazer esses recontos de algumas coisas que eu leio e gosto, mas não tenho paciência e nem tempo para traduzir.



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Fica com vocês agora meu primeiro RECONTO, do conto "A Montanha sem Nome" (The Mountain Without a Name) do livro "Cidadão no Espaço" (Citizen in Space), 1955, de Robert Sheckley.  


Os terráqueos aterrissam em planeta muito parecido com a Terra. Finalmente, a indústria espacial se regozija. Uma grande frente de prospecção se instala no planeta.

Há um pequeno inconveniente, mas trata-se de uma raça primitiva, equivalente ao nosso Neanderthal, construiremos uma bela reserva e o problema estará resolvido.

Imediatamente a equipe começa a desentranhar o planeta, os nativos indignados ameaçam invocar os Deuses Ancestrais que preservam o planeta.

Obviamente que os nossos técnicos e exploradores não fizeram caso e curiosamente, começaram os problemas.

As equipes de apoio na Terra bradavam indignadas para apressar a missão, afinal já haviam treinado centenas de
colonos para Nova Terra.

As máquinas apresentam defeitos estranhos, os trabalhadores acusam os tambores incessantes como causadores de alucinações.

Os nativos fazem um novo alerta: todo o seu povo sofrerá as consequências... É melhor parar agora...

Uma nova transmissão da Terra ordena medidas drásticas: ou os nativos colaboram ou serão exterminados.

O ataque é ordenado, mas um fogo púrpura surge no horizonte e os nativos, que dançavam em círculos, esfumaçam nesse fogo.

O Capitão, orgulhoso, contata a Terra para contar a novidade, e ouve então uma série de relatos de catástrofes cada vez maiores, até o chiado encobrir quase tudo, e resta uma última mensagem:  abortem a missão, voltem...

Mas voltar para onde, pensa agora o Capitão.

Robert Sheckley - Galeria de Capas


Há, o link, aqui: https://plus.google.com/photos/103998711237758699926/albums/5956337547036379569

Robert Scheckley nació en Nueva York, en 1928. Falleció el 9.10.2005.
 

El escritor fue hospitalizado en Ucrania mientras asistía a un congreso, consiguiendo regresar a los Estados Unidos gracias al dinero que aportaron aficionados de todo el mundo, donde pareció recuperar su salud.
 

Sheckley siempre se caracterizó por ser uno de los más destacados humoristas de la ciencia ficción mundial y por ser un prolífico escritor de relatos.

Publicó su primer relato de ciencia ficción en 1951. Se convirtió rápidamente en uno de los puntales y más fieles representantes del estilo de la revista Galaxy. Su primer gran Impacto lo obtuvo con el cuento La séptima victoria (1953), más tarde llevado al cine y novelizado bajo el título de La décima víctima. En ese relato entran en juego sus mejores virtudes: la llaneza del estilo, la limpidez de la estructura, la economía de medios para describir la acción y desplegar la trama en línea recta. Dentro de ese tipo de cuentos que acentúan algún rasgo contemporáneo llevándolo a la exageración, pueden citarse otros clásicos como El precio del peligro y Amor S.A. Cuando Sheckley se concentra más en lo filosófico o lo humorístico que en la crítica y la sátira social, a las virtudes ya mencionadas se agrega un notable poder de invención y la desprejuiciada utilización de elementos del music-hall, el teleteatro o el humor surrealista. Su influencia ha sido notable en muchos autores del género, sobre todo en el aspecto de la economía expresiva (que evita recargar el relato con largas explicaciones) y el humor. Entre sus recopilaciones de cuentos pueden citarse: Ciudadano del espacio (1955), Paraíso II (1960), Store of infinity (1960), The People Trap (1968).

En las novelas se muestra menos dueño de la forma. Las más eficaces emplean el modelo del viaje, la cadena de situaciones unitarias: Los viajes de Joenes (1962), Dimensión de milagros (1968). Menos logradas son: Mindswap (1966), Optlons (1975) y El matrimonio alquímico de Alistair Crompton (1978).

Luego de cumplir un papel discreto pero eficaz en la época más dinámica de la ciencia ficción estadounidense, en la década del 50, Sheckley se retiró a la isla de Ibiza, donde vivió en un relativo aislamiento ("si llegara el fin del mundo", declaró "nos enteraríamos un tiempo más tarde, cuando llegara la edición de Time"). En los últimos años su obra fue revalorizada por la corriente de autores ingleses de vanguardia, Moorcock y Brian Aldiss entre otros; este último lo definió como un "Voltaire con soda".

Fue director de la revista Omni desde enero de 1980 hasta septiembre de 1981, y fue nombrado autor emérito de la SFWA en 2001.

(Prefácio de Selección de Relatos Cortos de Robert Sheckley)

Robert Sheckley - Começa coçando (Conto)

COMEÇA COÇANDO
Conto de Robert Sheckley

Na noite passada tive um sonho muito estranho. Sonhei que uma voz me dizia:

- Perdoe que interrompa seu sonho anterior, porém tenho um problema urgente para resolver e você é a única pessoa que pode ajudar-me.

Sonhei que respondia:

- Não é necessário pedir desculpas, de qualquer forma não era um sonho tão agradável, e se posso ser útil de alguma forma…

- Você é a única pessoa que pode ajudar-me - disse a voz -. E se não ajudar, tanto eu como todo meu povo estaremos condenados.

- Senhor! - disse.

Chamava-se Froka, e pertencia a uma raça muito antiga. Viviam desde tempos imemoriais em um imenso vale rodeado de gigantescas montanhas. Era um povo pacífico que, ao longo do tempo, havia produzido alguns artistas extraordinários. Suas leis eram exemplares e educavam a seus filhos de forma carinhosa e tolerante. Embora alguns deles fossem chegados na bebida, e inclusive haviam conhecido casos de assassinatos, consideravam-se uns seres sensíveis, bons e respeitáveis que…

- Escute - interrompi - porque não vai direto ao assunto?

Froka novamente pediu desculpas por mostrar-se tão falador, e me explicou que em seu mundo a fórmula normal de um pedido de ajuda exigia uma longa exposição dos fundamentos que motivavam a súplica.

- Está bem - disse -. Mas vamos ao problema.

Froka inspirou profundamente e começou. Contou que há uns cem anos (isso na sua própria medida de tempo), um enorme cilindro vermelho e amarelo desceu dos céus, caindo perto da estátua ao Deus Desconhecido, bem em frente à prefeitura de sua cidade, que ocupava o terceiro lugar em importância no estado.

O cilindro não era perfeitamente circular e tinha aproximadamente três quilômetros de diâmetro. Elevava-se muito além do alcance dos seus instrumentos e desafiava todas as leis naturais. Haviam realizado alguns experimentos onde descobriram que o cilindro era insensível ao frio, ao calor, às bactérias, ao bombardeio com prótons, e resumindo, a tudo que se pudesse imaginar. E ele permaneceu cravado ali, imóvel e inacreditável, durante exatamente cinco meses, dezenove horas e seis minutos.

Logo, sem nenhuma razão aparente, o cilindro começou a mover-se na direção norte-noroeste. Sua velocidade média era de 125 quilômetros por hora (segundo sua forma de calcular a velocidade). Ele deixou um sulco de 292 quilômetros de comprimento por 3 de largura. Em seguida desapareceu.

As reuniões das autoridades científicas não chegaram a nenhuma conclusão a respeito do fenômeno. Terminaram declarando que se tratava de um fenômeno inexplicável, único, e que com certeza, não se repetiria jamais.

Porém voltou a acontecer. Um mês mais tarde, e desta vez em plena capital.  O cilindro deslocou-se ao largo de 1.320 quilômetros, e de uma maneira aparentemente sem rumo. Os danos materiais foram incalculáveis e milhares de pessoas perderam a vida.

Dois meses e um dia mais tarde, o cilindro voltou e alcançou as três maiores cidades, em sequência.

Agora todos sabiam que não somente a vida das pessoas, mas também a sobrevivência de sua civilização, sua existência como raça, estava ameaçada por um fenômeno desconhecido e talvez nem mesmo identificável.

Aquela certeza levou ao desespero o conjunto da população. Houve diversas manifestações alternadas de pânico e de apatia.

O quarto ataque ocorreu nos descampados, ao leste da capital. Quase não houve danos materiais. Mesmo assim, rompeu um pânico geral e o resultado foi um número aterrador de suicídios.

A situação era desesperadora. Juntamente com as ciências oficiais começaram a nascer uma multidão de pseudociências. Não se rejeitava nenhuma forma de ajuda, não se deixava de se estudar nenhuma hipóteses, fosse de um bioquímico, de um astrônomo ou de um cartomante. Nem sequer podiam descartar as ideias mais aloucadas, especialmente depois da terrível noite de verão na qual ocorreu a aniquilação da antiga cidade de Raz e de seus principais núcleos periféricos.

- Perdão - disse -. Lamento profundamente que vocês tenham sofrido todas essas calamidades, porém não vejo que relação pode ter tudo isso comigo.

- Estava chegando lá - disse a voz.

- Então prossiga. Porém sugiro que se apresse, pois acho que não vou demorar muito para acordar.

- Acontece que é bastante difícil de explicar o meu papel em tudo isso - continuou Froska -. Minha profissão é de técnico contábil. Porém, como hobby, me interesso pelos métodos de ampliação das percepções mentais. Recentemente estava realizando umas experiências com um composto químico que chamamos kola, o qual provoca estados de profunda iluminação…

- Nós também temos compostos parecidos -  interrompi.

- Então você já entende o que eu quero dizer. Bom, durante a viagem… Vocês usam o mesmo termo? Ou, dizendo de outro modo, enquanto eu estava sob sua influência, adquiri um conhecimento, uma compreensão total e imensa… Mas é tão difícil de explicar…

- Vamos! - cortei impaciente -. Vamos ao fundo do assunto.

- Bom - prosseguiu a voz -, percebi que o meu mundo existia em diversos níveis… atômico, subatômico, em planos vibratórios, em um número infinito de planos de realidades, que por sua vez também formam parte de outros níveis de existência.

- Já estou a par - disse, interessado -. Há pouco tempo cheguei ao mesmo conceito no meu próprio mundo.

- E com isso me ocorreu claramente a hipótese - continuou Froka - que um dos nossos níveis sofre algum tipo de desajuste.

- Pode ser um pouco mais preciso - pedi.

- Em minha opinião é que o meu mundo sofre de um tipo de inclusão ao nível molecular.

Fantástico - observei -. E pode localizar essa invasão?

- Creio que sim - disse a voz -. Porém não tenho nenhuma prova. Tudo isso não é mais que pura intuição.

- Eu também acredito na intuição. Conte-me o que descobriu.

- Bem, senhor - prosseguiu a voz, vacilante -. Cheguei à conclusão, intuitivamente falando, que o meu mundo é um parasita microscópico do seu.

- Repita isso de uma forma mais clara, por favor.

- De acordo. Descobri que sob o aspecto do meu plano de realidade, meu mundo existe entre a segunda e a terceira articulação da sua mão esquerda. Existe aí há milhões dos nossos anos, que são minutos para vocês. Não posso provar, obviamente, e não o acuso em absoluto…

- Bom - disse -. Quer dizer então que o seu mundo está situado entre a segunda e a terceira articulação da minha mão esquerda. Muito bem. E o que eu posso fazer a respeito?

- Então, senhor, minha hipótese é de que recentemente você começou a coçar a região do meu mundo.

- A coçar?

- Creio que sim.

- E isso que você chama de grande cilindro é um dos meus dedos?

- Precisamente.

- Então, o que vocês querem é que eu pare de me coçar.

- Somente nessa região - disse rapidamente a voz -. É um pedido bastante embaraçoso para mim, porém não há outra maneira de salvar o meu mundo da destruição total. Eu peço que me perdoe…

- Não se preocupe com isso. As criaturas inteligentes não devem envergonhar-se de nada.

- É muito bom ouvir isso - murmurou a voz -. Nós não somos humanos, sabe, somos uns parasitas, e não possuímos nenhum direito sobre você…

- Todas as criaturas inteligentes devem ajudar-se - afirmei -. Você tem aminha palavra de que nunca mais, pelo resto da minha vida, me coçarei entre a primeira e a segunda articulação de minha mão esquerda.

- A segunda e a terceira - retificou a voz.

- Nunca, jamais me coçarei entre as articulações da minha mão esquerda, sejam quais sejam. É uma promessa solene que manterei enquanto viver.

- O senhor salvou o nosso mundo - disse a voz -. Nenhum agradecimento jamais será o suficiente. Porém eu agradeço de todos os modos.

Não falemos mais nisso - disse.

E a voz sumiu, e despertei.


Assim que me lembrei do sonho, coloquei uma fita de esparadrapo sobre as articulações da minha mão esquerda. Desde então, me recuso a prestar atenção às diversas coceiras que me incomodam nessa região, e nem sequer mais lavo a mão esquerda. Deixo o esparadrapo preso o tempo todo.

No próximo final de semana o tirarei. Imagino que até lá hajam transcorrido a eles vinte ou trinta milhões de anos, segundo a sua maneira de calcular o tempo, o qual deve ser o suficiente para qualquer raça, não importa qual seja.

Entretanto o meu problema não é esse. Meu problema é que começo a ter uma desagradável intuição sobre uns tremores de terra que estão se propagando na região da Falha de San Andreas, assim como a inusitada atividade vulcânica que aumenta no centro do México. O que quer dizer tudo isso? Na verdade eu não sei, mas está acontecendo novamente, e isso me dá medo.

- Perdoe que interrompa seu sonho anterior, porém tenho um problema urgente para resolver e você é a única pessoa que pode ajudar-me.

FIM

Título Original: Starting for Scratch, 1953.
Tradução: Herman Schmitz, o incossável.