Y Enseñar Locamente
Lloyd Biggle, Jr.
La señorita Mildred Boltz juntó ambas manos y exclamó:
—¡Qué escuela más encantadora!
Esplendía deliciosamente bajo el brillante sol de la mañana como oasis en delicado blanco y azul, como una gema entre las indescriptibles torres y cúpulas de aquel complejo metropolitano.
Pero pronto modificó su opinión. La forma del edificio era cuadrada, utilitaria y fea. Sólo su color era hermoso.
El conductor del taxi aéreo murmuraba para sí porque había tomado una ruta equivocada perdiendo su turno. Se volvió rápidamente preguntando:
—¿Cómo dice?
—La escuela —contestó la señorita Boltz—. Tiene un color encantador.