Abismo do Tempo - Roberto Schima (Conto curto)




ABISMO DO TEMPO

Roberto Schima


         No alto da montanha, naquele planeta, a jovem esperou pelo seu retorno, conforme ele prometera que faria. Ela observara a nave dele partir, segurando o choro até o último instante, sem se dar conta de que, antes disso, havia muito que as lágrimas rolavam. Não tardara para o veículo transformar-se em mais uma estrela, até confundir-se no céu com aquelas constelações estranhas, ainda sem nome - se é que os poucos que tinham ficado iriam dar-se a esse trabalho.
                E ela esperou.
                Esperou.
                E esperou.
                E o tempo passou.
                E a noite continuou estrelada, porém, silenciosa.
                E, um dia, deu-se conta de que as lágrimas, enfim, tinham secado.
             As memórias, às vezes, podiam ser como escritas na areia da praia. Dependendo da maré, apagar-se-iam para sempre. Aconteceu isso com ela. Gradualmente, a idade, o tempo, a moléstia, foram roubando-lhe,grama a grama, punhados cada vez maior de suas recordações.
                E chegou o dia em que se esqueceu da nave.
                E chegou o dia em que se esqueceu da saudade.
                E chegou o dia em que se esqueceu de seu próprio nome.
                E, enfim, chegou o dia em que se esqueceu de esquecer.
                O destino poderia ser piedoso quando queria.
         Ninguém soube que nome colocar na lápide da velha, todavia, por obra do acaso, da providência divina ou por uma estranha coincidência, enterraram-na no sopé daquela montanha onde, um dia, olhos tristonhos e esperançosos tentaram alcançar e tocar as estrelas.
                E o tempo passou.
                E a poeira cresceu.
                E nada do céu desceu.
                E a pequena comunidade naquele mundo que não era o seu definhou. Uns diriam que fora a fome; outros, a doença; outros, as desavenças. Diriam, se tivesse sobrado alguém para contar a história.
              Então, enfim, numa noite como tantas outras noites, uma esteira de chamas riscou o tecido negro do espaço.
                A nave - aquela nave! - pousou.
                E o homem, ainda jovem, apressado, saltou.
                Procurou, procurou e procurou.
                Chegou a tropeçar nos restos do que fora uma lápide sem nome.
                Carcomida.
                Corroída.
                Esquecida.
                Viu as ruínas e o que elas diziam acima delas.
                Para ele, a partida tinha sido praticamente ontem, uma semana a bem dizer.
                Para ele.
                Todavia... O abismo do tempo abriu diante de si.
                Impactante.
                Indiferente.
                Implacável.
                Irreversível.
                E foi a vez dele chorar para as estrelas.
                Sem encontrar consolo.
                Sem esperar um retorno.
                Sem descobrir respostas na noite sem fim.
                Sem rever um rosto amado a esperá-lo no céu.
                Não.
                Sem espera.
                E sem esperança.
              E o jovem de corpo, porém, agora, velho de espírito. Arrastou seus pés pela poeira daquele mundo tão longínquo do seu. Um planeta que, a princípio encerrara inúmeras promessas. Era bom. Bom demais.. Tantas promessas não cumpridas, como suas próprias promessas agora levadas pelo vento, no tempo, ao relento.
               E descobriu como o vazio do espaço, as incríveis distâncias entre os astros, poderiam existir dentro de si.
                O espaço.
                O vazio.
               E nenhum ganho futuro que aquele mundo pudesse reservar para ele e sua tripulação iriam preencher o abismo da perda.
           Deixou-se ficar na poeira, entre rochedos e uma rala vegetação, a pouco metros de uma sepultura esquecida.
                Sem glória.
                Sem história.
                Sem memória.


Ilustrações de Roberto Schima #FicçãoCientífica

ROBERTO SCHIMA
Ilustrações em P&B













***
Roberto Schima, escritor e ilustrador de ficção científica, muito ativo nos anos 1990, ficou bastante conhecido por vencer o concurso literário Jerônimo Monteiro, promovido pela revista Isaac Asimov Magazine em 1991. Publicou a coletânea LIMBOGRAPHIA com os seus contos e ilustrações.

La Batalla - Cuento de Robert Sheckley (Ilust. Oscar Holguin)

Ilustración de Oscar Holguin


LA BATALLA 

Robert Sheckley


Al entrar en el cuarto de comando, el teniente general Fetterer ladró:
—¡Descanso!
Sus tres generales, obedientes, aflojaron los miembros.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Fetterer, mirando su reloj—. Repasaremos nuevamente los planes de batalla.
Se dirigió a la pared y desplegó un gigantesco mapa del desierto de Sahara.
—Según nuestra mejor información teológica, Satanás presentará sus fuerzas en estas coordenadas. Indicó el lugar con el índice romo.
—A la vanguardia vendrán los diablos, los demonios, los súcubos, los íncubos y el resto de esa clase. Baal comandará en flanco derecho; Buer el izquierdo. Su Majestad Satánica estará en el centro.
—Bastante medieval —murmuró el general Dell. El ayudante del teniente general Fetterer entró, radiante de felicidad al pensar en el Advenimiento.
—Señor —dijo—, el sacerdote está otra vez aquí.
—¡Atención, soldado! —dijo Fetterer, severo—. Todavía nos queda una batalla por ganar.
—Sí, señor —repuso el ayudante, poniéndose rígido y perdiendo parte de su alegría.
—Conque el sacerdote ¿en?.
El teniente general Fetterer se frotó los dedos, pensativo. Desde el Advenimiento, desde que se supo la proximidad de la última Batalla, los religiosos del mundo se habían convertido en una verdadera molestia. Habían abandonado sus querellas, cosa muy provechosa, pero ahora trataban de intervenir en los asuntos militares.
—Dígale que se marche —dijo al ayudante—. Ya sabe que estamos planeando el Armagedón.
—Sí, señor —respondió el ayudante.
Saludó con bríos, giró sobre sus talones y se marchó.
—Continuemos —dijo Fetterer—. Tras la primera línea de defensa vendrán los pecadores resucitados. Los interceptores robóticos de Dell les saldrán al encuentro.
El general Dell sonrió sombríamente.
—Hecho el contacto, el cuerpo de tanques automáticos de MacFee avanzará hacia el centro, apoyado por la infantería robótica del general Ongin. Dell comandará el ataque con bombas H de la retaguardia, que deberá ser compacta. Yo lanzaré la caballería mecánica, aquí y aquí.
Volvió a entrar el ayudante y se puso en posición firme.
—Señor —dijo—, el sacerdote se niega a marcharse. Dice que debe hablar con usted.
Fetterer vaciló antes de decir que no. Recordó que era la Ultima Batalla y que los religiosos tenían indudable conexión con ella. Decidió, por lo tanto, conceder al hombre unos cinco minutos.
—Hágalo pasar —ordenó.
El sacerdote vestía de civil, para demostrar que no representaba a ninguna religión en particular. Parecía cansado, pero decidido.
—Teniente general —dijo—, represento a todos los religiosos del mundo, curas, rabinos, ministros, mullahs, etcétera. Le rogamos que nos permita luchar en la batalla del Señor.
El teniente general Fetterer tamborileó nerviosamente los dedos contra el costado. No quería enemistarse con estos hombres. Aun él, el teniente general, podía necesitar una palabra de bondad cuando todo estuviera dicho y hecho.
—Trate de comprender mi situación —dijo, entristecido—. Soy general y debo librar una batalla.
—Pero es la Ultima Batalla —dijo el sacerdote—. Debería ser la batalla de la humanidad.
—Lo es —respondió Fetterer —y la libramos sus representantes, los militares.
El sacerdote no pareció convencido. Fetterer insistió:
—Ustedes no querrán perderla, ¿verdad, y que gane Satanás?
—Claro que no —murmuró el sacerdote.
—En ese caso, no podemos correr el menor riesgo. Todos los gobiernos se han declarado de acuerdo, ¿no es así? ¡Oh!, sería muy bello librar la batalla de Armagedón con toda la humanidad. Simbólico, se podría decir. Pero ¿podríamos estar seguros de la victoria?
El cura trató de decir algo, pero Fetterer prosiguió en seguida:
¿Cómo calcular el poder de las fuerzas satánicas? En términos militares, hemos de emplearnos a fondo. Y eso significa utilizar los escuadrones automáticos, los interceptores y los tanques robóticos y las bombas H.
—Pero eso no está bien —dijo el sacerdote, con expresión desdichada. ¿No hay lugar en su plan para el hombre?
Fetterer caviló un instante, pero el pedido era imposible de satisfacer. El plan de la batalla estaba completamente desarrollado; era hermoso, irresistible. Introducir el burdo elemento humano sólo significaría desequilibrio. Ninguna carne viviente podría soportar el poder ígneo que lo envolvería todo. Cualquier ser humano que se hallara en un radio de ciento cincuenta kilómetros no viviría lo bastante para ver al enemigo.
—Temo que no —respondió Fetterer.
—Algunos piensan —dijo el religioso, severamente—, que ha sido un error poner esto en manos de los militares.
—Lo siento —dijo el teniente general, lleno de vivacidad. Pero eso es cháchara derrotista. Si a usted no le importa… Señaló la puerta. A desgana, el sacerdote se marchó.
—Estos civiles —murmuró Fetterer—. Bueno, señores, ¿están listas sus tropas?
—Estamos listos para luchar por El —dijo el general MacFee, entusiasta—. Puedo responder por cada autómata mis órdenes. El metal reluce, los relés han sido cambiados y sus tanques de energía están completamente llenos. ¡Señor, arden por luchar!
El general Ongin se liberó de su ensimismamiento.
—¡Las tropas de tierra están listas, señor!
—Las fuerzas aéreas están listas —agregó el general Dell.
—Excelente —repuso Fetterer—. Los demás arreglos también han sido terminados.
Toda la población del mundo lo verá por televisión. Nadie, rico o pobre, se perderá el espectáculo de la Ultima Batalla.
—Y después de la batalla… —empezó el general Ongin.
Se interrumpió, mirando a Fetterer. Este arrugó el ceño. No sabía qué iba a ocurrir después de la Batalla. Esa parte quedaba en manos de los religiosos, según cabía presumir.
—Supongo que habrá una presentación, o algo así —dijo vagamente.
—¿Es decir, nos presentarán a… El? —preguntó el general Dell.
—No lo sé —dijo Fetterer—, pero así lo creo. Después de todo…, quiero decir…
Ustedes saben lo que quiero decir.
—¿Y qué ropa llevaremos? —preguntó el general MacFee, súbitamente presa del pánico —¿Qué se pone uno en un caso así?
—¿Qué usan los ángeles? —preguntó Fetterer a Ongin.
—No lo sé.
—¿Túnicas, tal vez? —sugirió Dell.
—No —dijo severamente Fetterer—. Llevaremos los uniformes de gala, sin condecoraciones.
Los otros asintieron. Parecía adecuado. Y el momento llegó.
Las legiones del Infierno avanzaron por el desierto, esplendorosas en su despliegue marcial. Sonaron los clarines infernales, batieron sordamente los tambores y el enorme ejército fantasmal se adelantó.
En una cegadora nube de arena, los tanques automáticos del general MacFee se lanzaron contra los enemigos satánicos. Inmediatamente, los bombarderos automáticos de Dell chirriaron en lo alto, lanzando sus bombas en la horda apretada de malditos.
Fetterer cargó valientemente con su caballería automática.
La infantería automática de Ongin avanzó en la confusión y el metal hizo lo que estaba a a su alcance.
Las hordas malditas desbordaron la delantera, apartando tanques y robots. Los mecanismos automáticos perecían, defendiendo bravamente cada parcela de arena. Los ángeles caídos, bajo la dirección de Marchocias, arrancaban del cielo los bombarderos de Dell, levantando ciclones con sus alas de grifo.
La delgada y maltrecha fila de robots se mantenía firme, frente a presencias gigantescas que los aplastaban y esparcían, llenando de terror el corazón de los televidentes de todo el mundo. Como hombres, como héroes, los robots trataban de poner en retirada a las fuerzas del mal.
Astaroth gritó una orden y Behemoth avanzó pesadamente. Baal, seguido por una falange de demonios, se lanzó a la carga contra el desmoronado flanco izquierdo del teniente general Fetterer. Chirridos de metal, aullidos de los electrones bajo la agonía del impacto.
El teniente general Fetterer sudaba y se estremecía a mil quinientos kilómetros de la línea de fuego. Empero, severamente, sin pausa, seguía conduciendo el oprimir de botones y el bajar de palancas.
Sus soberbios batallones no lo desilusionaron. Los robots, mortalmente heridos, se alzaron sobre los pies para seguir luchando. Destrozados, tumbados, aplastados por los aullantes enemigos, lograron defender la línea. Entonces, el veterano Quinto Cuerpo se lanzó al contraataque, perforando la delantera del adversario.
A mil quinientos kilómetros de la línea de fuego, los generales condujeron el operativo de limpieza.
—La batalla está ganada —susurró el teniente general Fetterer, volviendo la espalda a las pantallas de televisión—. Los felicito, caballeros.
Los generales sonrieron, agotados.

Se miraron entre sí y de pronto lanzaron un grito espontáneo. El Armagedón estaba ganado y derrotadas las fuerzas de Satanás.
Pero algo ocurría en las pantallas.
—¿No es ése… no es…? —empezó el general MacFee, pero no pudo seguir hablando.
Porque la Presencia estaba ya sobre el campo de batalla, caminando entre los montones de metal retorcido y quebrado.
Los generales guardaron silencio.
La Presencia tocó a uno de los maltrechos robots.




Por sobre el desierto humeante, los robots empezaron a moverse. El metal retorcido, desgarrado o fundido se enderezó y los hombres mecánicos se irguieron sobre los pies.
—MacFee —susurró el teniente general—, pruebe sus controles, trate de que los robots se arrodillen, o algo así.
El teniente general hizo el intento, pero los controles no obedecían.
Los cuerpos de aquellos hombres mecánicos empezaron a alzarse en el aire.
Circundados por los ángeles del Señor, los tanques, los bombarderos, los soldados robóticos se elevaban más y más alto.
—¡Los está salvando! —gritó histéricamente Ongin —¡Está salvando a los robots!
—¡Es un error! —dijo Fetterer—. Pronto. Envíen un mensajero que… ¡No! Iremos en persona.
A toda prisa se preparó una nave, a toda prisa se dirigieron al campo de batalla.

Demasiado tarde: el Armagedón había terminado. Ya no estaban los robots y el Señor había partido con sus huestes.

***
Título original: "The Battle"
Publicado en pulp: If 1954
Libro: Citizen in space © Robert Sheckley, 1955.
Traducción: Norma B. de López y Edith ZilliT

Monstros na Borda do Universo - Roberto Schima #Conto #FC



MONSTROS NA BORDA DO UNIVERSO

Roberto Schima



O estagiário de Astronomia caiu para trás, resvalando no assento da cadeira giratória e esborrachando-se no piso do observatório. Teria doído, não estivesse ele na superfície lunar, onde a gravidade era de menos de dois décimos daquela na Terra.

- Eu vi... - balbuciou. - Eu vi...

Nada mais se movia, exceto a cadeira a girar e girar.

Era para ser um trote, somente um trote pregado pelos mais velhos, coisa comum em toda parte, até na Lua. Mas nem todos teriam sido trancados na sala do observatório ao lado do telescópio energético.

Sim, o telescópio energético.

Era a última palavra em telescópio espacial e seria colocado a funcionar na semana que vem, deixando seus concorrentes estrangeiros para trás. Seus preparativos haviam tomado o tempo de dezenas de técnicos, de engenheiros e toda sorte de especialistas. O telescópio energético propriamente, a bem da verdade, estava bem longe dali, nos confins do sistema solar após cobrir anos de viagem. O que o estagiário - Hideki era o seu nome - tinha diante de si era o receptor de sinal vindo algures nas entranhas geladas do espaço.

O jovem oriental não pretendera infringir regras. Fora criado dentro das disciplinas de respeito e de obediência que sempre caracterizaram seu povo. Todavia, seu povo estava longe demais dali - excluindo-se a turma no observatório. Encontrava-se na esfera azulada pendurada no céu, cuja visão não era permitida ao rapaz; não por causa das muitas regras, mas devido a perspectiva: a base inteira estava situada no lado oculto da Lua. Deixaram-no trancado ali na sala após as comemorações. Todos festejaram. Todos beberam saquê e vodka um pouco além da conta. Ele não. Detestava saquê, vodka, tequila, pinga, como de resto, qualquer bebida fermentada. Como "punição", passaria o período convencionado para a "noite" trancado no aposento.

Trancado na penumbra, rodeado de aparelhos. A última palavra em tecnologia.

O que mais poderia fazer para passar o tempo?

Havia séculos perdera a paciência de jogar paciência no computador. Não estava com o espírito para ouvir música, assistir a um filme ou um documentário, enviar mensagens para a Terra - sempre com o enjoado crivo atento da censura sobre sua cabeça.

E o receptor do telescópio energético estava ali.

Sentira-se magoado. A raiva fervera seu sangue.

Tivera medo, naturalmente, entretanto, presenciara os procedimentos teóricos tantas vezes que acabara por decorá-los.

E, na escuridão surreal do observatório, através da tela do aparelho, recebendo os sinais do satélite na borda do sistema solar, Hideki vira mais longe do que qualquer ser humano pudesse ter enxergado ao longo de milhões de anos de existência da espécie.

Nos confins do espaço, detectara bolsões invisíveis de matéria. Tão inacreditavelmente compactos e massivos que produziam estranhas aberrações cromáticas em todo trajeto que os separava nos bilhões de anos-luz até o jovem aprendiz.

O que seriam? Por estarem tão distantes no espaço e, proporcionalmente, no tempo, deveriam margear a própria origem do Universo. Pensou na enormidade de tempo, na existência, no infinito, nos inumeráveis corpos no espaço, no que haveria por descobrir.

A mágoa e a raiva diluíram-se rapidamente.

Foi quando deparou-se com galáxias próximas - vistas com uma nitidez nunca anteriormente presenciada. Distinguiu estrelas indivualmente e detalhes nos braços nebulosos. E, diante daquele centro de luz, em seu amadorismo, concluiu:

- Eu vi...

Os mais velhos ririam se soubesse. E eles nunca poderiam saber que fizera uso não autorizado do aparelho. Afinal, o que entendia Hideki de astrofísica?

- Eu vi...

Havia um "monstro" no interior de cada galáxia. E esse monstro devorava tudo ao seu redor. Percebera os jatos de energia. A luz agonizante de miríade de sóis sendo devorados por aquela boca escancarada de um negror impossível. Eventualmente, concluira, nada mais restaria além da imensidade de seu corpo ameaçador e invisível.

"Nas galáxias espirais como a Via-Láctea, as estrelas não giram simplesmente ao redor de seu centro como sempre quiseram fazer crer os astrônomos, como se fossem os planetas de nosso sistema solar ao redor do Sol", pensara. "Não. O trajeto não era uma elipse como no caso dos planetas, mas uma espiral."

- Espiral!

"Obviamente, rapaz!", responderiam todos, diante das centenas de imagens conhecidas de galáxias de todos os tipos, cores e formatos. Porém, então, por que não divulgavam o óbvio?

Espiral... Semelhante a espiral formada pelos furacões, tornados ou pela água a escoar pelo ralo.

Espiral.

Essa extrapolação, por mais simplória que fosse, aliada a teoria de que todas as galáxias - ou a maioria - possuíam um buraco negro colossal em seu interior levara Hideki a conclusão de que tudo em uma galáxia - estrelas, planetas, poeira interestelar, nebulosas, buracos negros - estaria, na verdade, sendo arrastado, sugado, tragado por esse vórtice até o mergulhar medonho para o interior do buraco negro gigantesco - ou "monstro" - que habitava o centro da Via-Láctea.

Não importava quanto tempo levasse, o fim seria inevitável, fossem humanos, fossem quaisquer outras formas de vida existentes nos bilhões de mundos na galáxia.

Qual seria o final dessa história? Depois de tragar tudo o que houvesse ao seu redor daqui a milhões ou bilhões de anos, sobraria tão somente esse monstro imenso, essa garganta inconcebível, faminta e invisível, como uma fera de tocaia atrás da moite, como uma armadilha mimetizada na escuridão do espaço.

- Eu vi... o fim.

O fim, enquanto espécie, seria inevitável, como o era a vida individual de qualquer um.

Não haveria futuro.

E, sem futuro, qual seria o porquê do presente?

Hideki chegara a sorrir consigo e de si ao relembrar um antiquíssimo filme. Woody Alley, sim, Woody Allen, esse era o nome do diretor-ator desse filme, onde a personagem, ainda criança, entrara em depressão ao saber que o Universo estava se expandindo...

Isso levara o aturdido estagiário a uma outra extrapolação: o universo estava se expandindo desde o Big Bang. As galáxias mais antigas estavam a bilhões de anos-luz. Não seria então possível imaginar que, mais além ainda, nas - digamos assim - "bordas" do Universo, não estariam as galáxias primordiais, ou melhor, aquilo que restara dessas galáxias após consumirem tudo a sua volta: os inacreditáveis monstros invisíveis, capazes de devorar e distorcer todo o espaço ao seu redor? E não poderiam ser esses monstros a propalada e procurada "matéria escura" da qual os cientistas especulavam havia gerações?

A cabeça de Hideki rodopiava.

O fim.

A galáxia.

A matéria escura.

Monstros e monstros.

Monstros na borda do Universo.

Na manhã seguinte - de acordo com a convenção vigente no observatório lunar -, o cientista entrou na sala e observou seu aprendiz em um colchonete num canto entre as paredes. Pigarreou.

- Hideki!

O garoto abriu os olhos com dificuldade. Tivera um sono conturbado. Apoiou-se num dos cotovelos.

- Prof. Hiroshi...

- Não me diga nada. Sei que armaram essa travessura com você. Está bem?

Atrás do cientistas, Hideki avistou rostos sorridentes. Seus algozes.

- Tudo bem, professor.

- Então, apresse-se, precisamos realizar mais testes com os aparelhos antes da inauguração.

- O astro-observatório! - disse alguém às costas do cientista.

Ele virou-se, carrancudo.

- Eu prefiro o termo telescópio energético.

- Sim, senhor, Prof. Hiroshi. Desculpe-me.

E o cientista:

- Então, Hideki. Levante-se! Ânimo, rapaz! Vamos iniciar.

Hideki esboçou um sorriso.

"'Iniciar'? Iniciar o quê? Eu vi tudo. Eu sei de tudo. Não é o início. É o fim."

Do lado de fora, a aridez da paisagem lunar e o céu permanentemente escuro.

Hideki praguejou, desejando observar a Terra e voltar a ver as paisagens de seu longínquo país.


***
(c) 2017 Roberto Schima

Os sonhos nas pontas dos dedos, quando a alma por dentro grita, buscam alívio a todos os medos nos mundos criados pela escrita.

3 Antologias Pessoais da Ficção Científica #Sturgeon #Sheckley #Kuttner

3 Antologias Pessoais da Ficção Científica

A ficção científica surgiu popularmente no formato de contos (e contos longos também conhecidos no Brasil como 'noveletes'), publicados em revistas impressas em papel barato chamados pulps.

Os romances com histórias completas são uma concepção tardia do gênero, somente apareceram nos anos 1960, (desconsiderar H.G. Wells e Julio Verne). Também há um formato intermediário chamado de Fix-Up, que eram seleções de contos com ambientações semelhantes, amarrados de forma meio tosca e publicados como se tratasse de um romance.

Portanto, o conto é, digamos assim, a forma nativa e a mais natural de expressão da ficção científica.

Quase todos os autores de ficção científica escreveram contos. E o que é ainda melhor: desses a maioria teve coletâneas dos seus contos selecionados de maneira criteriosa e capazes de mostrarem decididamente o melhor do cada um.


Inicia-se aqui uma série de antologias pessoais que refletem o essencial de cada autor. Comecemos com essas três:


***

1. Theodore Sturgeon - La Fuente Del Unicornio, 1953. 
(Ainda sem tradução em português)


Este é o livro de contos mais famoso de Theodore Sturgeon e também é o mais variado em termos de estilos e argumentos. Seus contos sempre surpreendem pelo clima insólito, sobrenatural e as vezes até alucinante em que ele nos coloca. É uma ficção científica terrestre que corre estreitamente entremeada na realidade, com personagens problemáticos e estigmatizados na sociedade. Suas histórias dão medo, algumas são tristes de chorar e outras de uma maldade irônica e cruel.

Entre os contos eu destacaria La fuente del unicornio, que é o conto de abertura e pertence ao gênero fantástico. Un plato de soledad e El mundo bien perdido, que retratam bem esse clima de que falei acima, outros de terror puro como El osito de felpa del profesor, Una manera de pensar e principalmente Las manos de Bianca, um verdadeiro clássico que em 1947 ganhou um importante prêmio da revista inglesa Argosy, no qual foi finalista Graham Greene.


RELATOS:


La fuente del unicornio (The silken swift, 1953) - El osito de felpa del profesor (The Professor's Teddy-Bear , 1948) - Las manos de Bianca (Bianca's Hands, 1947) - Un plato de soledad (Saucer of Loneliness, 1953) - El mundo bien perdido (The World Well Lost, 1953) - No era sicigia (It wasn't syzygy / The deadly ratio, 1948) - La música (The music, 1953) - Cicatrices (Scars, 1949) - Fluffy (Fluffy, 1947) - Sexo opuesto (The sex opposite, 1952) - ¡Muere, maestro, muere! (Die, Maestro, die!, 1949) - Compañero de celda (Cellmate, 1947) - Una manera de pensar (A way of thinking, 1953).



***


2. Robert Sheckley - Ciudadano Del Espacio, 1955.

(Também sem tradução em português)


Essa é a coletânea 'crème de la crème' de Sheckley. Seu humor sarcástico, seu estilo rápido e suas criaturas dementes e perdedoras jogam com situações quase reais, que mesmo ocorrendo em planetas distantes nos parecem levemente familiares por mostrarem a hipocrisia, a falsidade e o egoísmo humano.

Todos os contos são ótimos, mas para sentir o estilo, aqui um trechinho do conto "Un pasaje a Tranai" (A Ticket to Tranai, 1955) :

"La mayor parte de sus habitantes eran indiferentes al espectáculo de corrupción administrativa, tanto en los altos cargos como en los de menor importancia; no reparaban en el juego, en las guerras del hampa ni en el alcoholismo de los adolescentes. Estaban acostumbrados a que las rutas se hallaran en pésimo estado, los viejos depósitos de agua estallaran, las plantas de energía se vinieran abajo y los edificios decrépitos se derrumbaran. Mientras tanto, los amos construían casas propias cada vez mayores, piscinas más suntuosas y establos más cálidos. La gente estaba habituada. Pero Goodman no."

Qualquer semelhança, não é mera coincidência...

RELATOS: 


La montaña sin nombre (The Mountain Without a Name, 1955), El contador (The Accountant, 1954), Caza difícil (Hunting Problem, 1955), Un ladrón en el tiempo (A Thief in Time, 1954), Un hombre de suerte (Fortunate Person, The Luckiest Man in the World, 1955), No tocar (Hands Off, 1954), Algo a cambio de nada (Something for Nothing, 1954), Un pasaje a Tranai (A Ticket to Tranai, 1955), La batalla (The Battle, 1954), Autorización para delinquir (Skulking Permit, 1954), Ciudadano del espacio (Spy Story, Citizen in Space, 1955) e Preguntas ingenuas (Ask a Foolish Question, 1953). Esta última história é sobre oráculos, e poderia ser resumida hoje assim: Google - acerta a resposta para quem souber fazer a pergunta...




***

Henry Kuttner - Lo Mejor de Henry Kuttner II, 1975.

(sem tradução ao português)


Autor bastante versátil e que faleceu cedo demais (1915-1958), está bem representado nestes dois volumes com o seu melhor. Por um daqueles acasos editoriais este segundo volume contém os contos mais inquietantes do autor. Alguns deles foram escritos em parceria com a sua esposa Catherine L. Moore. Todas as suas histórias são marcadamente irônicas e de um humor causticante. Utiliza todos os temas possíveis, terror, fantasia, fantástico, ficção científica soft e hard.

RELATOS:

Hubo una vez un gnomo (A Gnome There Was), La gran noche (The Big Night), Solo pan de jengibre (Nothing But Gingerbread Left), El patrón hierro (The Iron Standard), Guerra fría (Cold War), De lo contrario (Or Else), Cesión de beneficios (Endowment Policy), Problema de alquiler (Housing Problem), Lo que necesita (What You Need), e Absalon (Absalom).





***

Espero que o mercado editorial brasileiro ainda acorde para essa literatura mais personalizada da ficção científica, e possa vir a publicar finalmente em português essas obras já clássicas (e de domínio público). 

Herman Schmitz, Londrina-PR.

Ray Bradbury — Cover Art

Ray Bradbury  - The Illustrated Man
Ray Bradbury - Chroniques Martiennes (Enki Bilal)
Ray Bradbury - Fahrenheit 451

Ray Bradbury - The Veldt
Ray Bradbury - O Abismo de Chicago

A. E. Van Volt — Capas interessantes

Transgalatic — A. E. Van Volt
A.E. Van Volt - Computerworld
A.E. Van Vogt - La Casa Senza Tempo
A.E. Van Volt - Em Busca do Futuro