PRÓLOGO de Robert Silverberg para a antologia de contos de Brian W. Aldiss: GALAXIAS COMO GRANOS DE ARENA.
He aquí un libro ingenioso de brillantes relatos que narran acontecimientos que suceden dentro de miles o millones de años. Pero no encontraremos en estas páginas una guía literal del futuro de la humanidad. Lo que se ofrece aquí es un refinado entretenimiento, una suerte de poesía visionaria, sueños sorprendentes que adquieren sustancia por medio del arte. ¿Es un mapa fiable de los mundos del mañana? No, en absoluto, nada de eso. Es imposible crear esos mapas."El Tiempo -como un elemento que puede ser sólido, líquido o gaseoso- tiene tres estados", escribe Brian Aldiss en la presentación de este libro. "En el presente es un flujo inasible. En el futuro es una bruma turbia. En el pasado es una sustancia sólida y vidriosa; entonces lo llamamos historia. Entonces no puede mostrarnos nada salvo nuestro rostro solemne"
Exactamente. El presente es un misterio continuo; el pasado es un libro accesible a nuestra lectura, aunque no necesariamente lo sepamos leer; el futuro escapa a nuestra percepción y todo intento de hacer predicciones de largo alcance está condenado de antemano.
¿Qué queda entonces de la popular idea de que esa rama de la literatura imaginativa que llamamos "ciencia ficción" puede brindarnos un atisbo de lo que vendrá? Es una idea falsa. La ciencia ficción tiene muy poco valor predictivo, salvo cuando predice lo obvio. Como dice Brian Aldiss, una "bruma turbia" nos oculta el futuro. Cuando miramos hacia adelante, a lo sumo vemos trazos amplios y generales, y cuanto más nos alejamos del presente, mayor es la divergencia entre nuestras profecías y lo que realmente sucederá. Es una locura creer que alguien pueda ofrecer una anticipación precisa, trátese de un escritor de ciencia ficción, de un dirigente político o de los expertos que comentan los asuntos internacionales en los periódicos. Ya es bastante engorroso hacer una predicción meteorológica para dentro de tres días.
Un claro ejemplo de las limitaciones predictivas de la ciencia ficción: los primeros viajes a la luna. Por lo menos desde el siglo dos de nuestra era, cuando Luciano de Samosata escribió el Icaromenippus, escritores visionarios han narrado historias de viajes lunares. Pero no se requería un gran poder profético para imaginar esos viajes; el intento de abarcar un campo cada vez más amplio es propio de la naturaleza humana, y aun en la época clásica era fácil entender que en determinado momento se llegaría a los confines del mundo y la luna sería el próximo objetivo lógico. Luciano y sus muchos sucesores no se proponían predecir lo predecible. Luciano envió a Manipo a la luna para darle una perspectiva, en el sentido más básico, de las locuras que la humanidad cometía en la tierra: su libro era una obra de intención satírica. Jules Verne, en De la Tierra a la Luna (1869), intentó ofrecer un relato realista de una visita a la Luna, una guía turística potencial, a partir de los conocimientos tecnológicos aceptados en su época; pero sabía que estaba creando una obra de la imaginación, no un croquis para ingenieros futuros. Los primeros hombres en la Luna (1901) de H. G. Wells se presentaba como una encantadora fantasía romántica que, al igual que el Icaromenippus, examinaba irónicamente los absurdos de la humanidad desde una distancia de 383.024 kilómetros. Wells no esperaba que los futuros viajeros del espacio llegaran flotando a la Luna por medio de la antigravedad, ni que descubrieran una sociedad de seres humanoides inteligentes en las cavernas selenitas.
Aunque las narraciones de viajes lunares constituyeron un tópico de la literatura imaginativa durante siglos, ninguna obra de lo que se llama "ciencia ficción" se aproximó siquiera a una descripción atinada de lo que sucedió en 1969. Los viajes siempre se realizaban bajo auspicios privados. ¿Dónde está el relato que hable de un vasto proyecto dirigido por el gobierno, con un coste de miles de millones de dólares y con la participación de cientos de grandes empresas trabajando en colaboración? ¿Quién anticipó los gigantescos centros de control de la Tierra? ¿Quién previó transmisiones en vivo desde la Luna por parte de los primeros exploradores? Y -lo más asombroso- ¿qué relato de ciencia ficción nos cuenta que realizaríamos tres o cuatro alunizajes tripulados y luego abandonaríamos la empresa? (A decir verdad, existe uno: Tendencias de Isaac Asimov, publicado en 1939, ridículamente equivocado en los detalles pero profunda y espléndidamente acertado en la tesis de que el primer vuelo a la Luna sería seguido por una creciente hostilidad popular hacia el concepto de la exploración espacial. El cuento de Asimov es un vívido ejemplo de la notable capacidad de la ciencia ficción para llegar a las verdades futurológicas metafóricas más amplias mientras fracasa rotundamente en la predicción de los detalles específicos.)
Cuando abordamos aquellos libros que están ambientados en un futuro realmente lejano -Primeros y últimos hombres de Olaf Stapledon, La Tierra moribunda de Jack Vance, Invernáculo de Brian Aldiss-, abandonamos totalmente el ámbito de la predicción para entrar en el de la poesía y la metáfora. Esos libros no tienen la menor intención de ser hipótesis especulativas serias, visiones que debamos tomar literalmente; son raudas obras de la imaginación, auténticos vuelos de la fantasía.
Así son los nueve relatos que constituyen Galaxias como granos de arena de Aldiss. Datan del período inicial de la fecunda carrera de este gran escritor. Toda su obra, desde su primera novela, La nave estelar (1958), hasta libros como Invernáculo (196z) y Barbagrís (1964), y la monumental y magistral trilogía de Helliconia de los años 8o, está signada por la imaginación exuberante, el vigor estilístico y una maravillosa y traviesa inventiva en la elaboración conceptual. Hallamos todas esas características en los relatos con los que Aldiss ha urdido sus Galaxias como granos de arena.
El libro se presenta como una crónica de los milenios venideros, y eso es. Pero quienes lo lean como una guía Baedeker del futuro se sentirán defraudados. La deslumbrante colmena de genes, la vasta megalópolis de Nunion, los misterios de la enigmática Yinnisfar, todo ello se debe tomar por lo que es: bellos sueños, elegantes fantasmagorías.
Existe una tribu indígena de los Andes en cuya lengua uno habla del pasado como si lo tuviera "enfrente". Para nosotros resulta un modo extraño de expresar las cosas, hasta que nos detenemos a pensar que, aunque el pasado es accesible hasta cierto punto para nuestra memoria, la totalidad del futuro siempre será un misterio. Y así, aunque podamos recorrer los hechos del pasado como si estuvieran frente a nosotros en una planicie, debemos retroceder a ciegas para internarnos en el ignoto futuro, sin ver claramente todos sus aspectos hasta que estemos en su centro.
Quizá estos indígenas andinos, que miran el pasado mientras retroceden hacia el futuro, hayan dado con la metáfora justa. Ver lo que nos espera dentro de poco es difícil, cuando no imposible; las eras distantes, veladas por una gigantesca montaña de variables incalculables, escapan totalmente a nuestra percepción. Los escritores como Brian Aldiss están obligados a retroceder hacia el futuro como el resto de nosotros. Pero mientras escrutan lúcidamente el pasado obtienen, por medio de la visión periférica o la intuición artística, atisbos de cosas venideras que los demás no podemos ver. Lo que tenemos aquí, pues, es un viaje de la imaginación, una incursión en lo que es inherentemente recóndito, un libro de fábulas desbordantes, bellas, poéticas, visionarias. No es un mapa utilitario de la carretera que se extiende ante nosotros. Apreciémoslo como aquello que el autor quiso que fuera, y que logró tan estupendamente.
ROBERT SILVERBERG
Oakland, California, julio de 1999
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