Tubo digestivo abajo y al cosmos con mantra, tantra, y lluvia de estrellas
Robert SheckleySegún nos dicen, la experimentación con drogas psicodélicas ha abierto todo un nuevo campo de exploración al hombre: el universo interior, es decir el que existe en su propia mente. Pero es bien sabido que los mensajes facilitados al cerebro por los sentidos bajo los efectos de estas drogas van deformados... aunque, ¿quién sabe si esas sensaciones deformadas no serán la realidad, que no perciben los sentidos en su estado normal?
-¿Pero tendré realmente alucinaciones? -preguntó Gregory.
-Como ya te he dicho, te lo garantizo -le contestó Blake-. Ya deberías estar empezando. Gregory miró a su alrededor. La habitación era desconsoladora y tediosamente familiar: una estrecha cama azul, un armario de nogal, una mesa de mármol con base de hierro forjado, una lámpara de dos cabezas, una alfombra color rojo y un aparato de televisión marrón claro. El estaba sentado en un sillón tapizado. Frente a él, en un sofá de plástico blanco, se hallaba Blake, jugueteando con tres pastillas moteadas de colores y de forma irregular.
-Quiero decir -prosiguió Blake-, que hay todo tipo de ácido por ahí: pastillas, cápsulas rojas, la mayor parte de él mezclado con anfetaminas o con alguna otra cosa. Pero tú has tenido la gran fortuna de acabar de ingerir el cóctel especial de superácidos, especialmente tántrico y mántrico, de efectos instantáneos, preparado por el doctor Blake y conocido entre los camellos como Lluvia de Estrellas, y que contiene tales aditivos como el STP, el DMT y el THC, así como un pellizco de yague, una pizca de silocibina, un toque de oloiuqu y además el ingrediente especial del doctor Blake: extracto de bayas silvestres, el más nuevo y potente de los potenciadores alucinogénicos.
Gregory estaba mirando su mano derecha, abriéndola y cerrándola lentamente.
-El resultado -prosiguió Blake-, es la increíble, total e instantánea, así como multiesplendorosa explosión de ácidos del doctor Blake, garantizada para hacerte alucinar al menos un cuarto de hora, o te devolveré tu dinero y colgaré mis hábitos como el mejor químico underground que jamás haya existido en el West Village.
-Tú sí que suenas como si estuvieras alucinado -dijo Gregory.
-En lo más mínimo -protestó Blake- Simplemente, estoy alto en speed, simples y anticuadas anfetaminas, tales como tragan a kilos o se inyectan a litros los camioneros y los estudiantes universitarios. El speed no es más que un estimulante. Con su ayuda puedo hacer mi trabajo más deprisa y mejor. Y mi trabajo es crear mi propio y rápido imperio de las drogas entre Houston y la Calle Catorce, y luego desaparecer con rapidez, antes de que me queme los nervios o caigan sobre mí los agentes de narcóticos o la Mafia, para entonces largarme a Suiza en donde me dedicaré a volar en un espléndido sanatorio rodeado por mujeres alegres, nutridas cuentas de banco, coches rápidos y el respeto de los políticos locales.
Blake hizo una pausa por un instante y se frotó su labio superior.
-El speed lo que hace es dar un cierto sentido de grandilocuencia, con el acompañamiento de verborrea... pero no tengas miedo, mi recientemente encontrado amigo y estimado cliente, puesto que mis sentidos se hallan más o menos en orden y soy totalmente capaz de actuar como tu guía en el supervuelo jumbo en el que ahora te hallas embarcado.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tomé esa pastilla? -preguntó Gregory.
Blake miró a su reloj.
-Hace más de una hora.
-¿No debería estar actuando ya?
-Ya lo creo que debería. Indudablemente lo está. Debe de estar sucediendo algo.
Gregory miró a su alrededor. Vio el pozo tapizado de cristal, la luciérnaga que pulsaba, la mica apisonada, el grillo cautivo. Estaba en el lado del pozo más cercano a la cañería de escape. Al otro lado, sobre la musgosa piedra gris, se hallaba Blake, con sus cilios alborotados y su exodermis punteada, jugueteando con tres pastillas moteadas de colores y de forma irregular.
-¿Qué es lo que pasa? -preguntó Blake.
Gregory se rascó la dura membrana que tenía sobre su tórax. Sus cilios ondearon espasmódicamente en clara evidencia de su asombro, desencanto e incluso quizá, miedo. Tendió un palpo, lo contempló largo y duro, lo dobló por la mitad y lo volvió a tender.
Las antenas de Blake apuntaban rectas hacia arriba en un gesto de preocupación.
-¡Hey, muchacho, háblame! ¿Estás alucinando?
Gregory hizo un movimiento indeterminado con su cola.
-Empezó hace poco, cuando te pregunté si realmente tendría alguna alucinación. Ya estaba alucinando entonces pero no me daba cuenta, pues todo parecía muy natural, muy ordinario... Estaba sentado en un sillón, tú estabas en un sofá y ambos teníamos una piel blanda como... ¡como la de los mamíferos!
-El paso a la ilusión es, a menudo, imperceptible -dijo Blake-. Uno entra y sale de ellas. ¿Qué es lo que ves ahora?
Gregory enrolló su cola segmentada y relajó sus antenas. Miró a su alrededor. El pozo era desconsoladora y tediosamente familiar.
-Oh, ya he vuelto a la normalidad. ¿Crees que voy a tener más alucinaciones?
-Como ya te he dicho, te lo garantizo -dijo Blake, plegando cuidadosamente sus alas color rojo brillante y arrellanándose confortablemente en un rincón del nido.
FIN
Down the digestive tract and into the cosmos with mantra, tantra and specklebang, © 1971 by Robert Sheckley. Traducción de: ?, en nueva dimensión 60 (Los mejores cuentos cortos de la ciencia ficción mundial).