Murray Leinster Biografia

EL DECANO DE LA CIENCIA FICCIÓN


«En aquellos días había gigantes en la tierra... Hombres poderosos y renombrados desde tiempos remotos» Génesis 6, 4.

También las subculturas tienen figuras legendarias, y en el mundo de la ciencia ficción, Murray Leinster fue una de ellas.
En los últimos anos de su vida, Leinster comenzó a ser considerado como el decano de la ciencia ficción. Su carrera, dedicada a este género de literatura, se extiende a lo largo de cincuenta anos, lo que de por sí ya es un caso sorprendente. Pero 10 que todavía es menos corriente es que durante todo este tiempo se mantuviera como escritor de primera fila.
A Leinster, que en la vida real era un modesto virginiano llamado William Fitzgerald Jenkins (1896-1975), le hubiera divertido el paralelismo bíblico; pero al igual que los patriarcas de la antigüedad, su longevidad parecía increíble. Docenas de escritores se desvanecieron en el olvido, escuelas enteras de diversos estilos literarios aparecieron, florecieron y murieron, mientras Leinster seguía adelante.
Ello requirió, además de una especial habilidad, una dedicación poco común. Hoy día, cuando la ciencia ficción se ensena incluso en las universidades, y una sola película de este género de buena calidad tiene grandes posibilidades de proporcionar unas ganancias brutas de 100 millones de dólares, es difícil hacerse cargo de la dedicación requerida por escritores como Leinster para hacer de algo marginal y poco apreciado, como era el género literario que cultivaban, una obra de la que tanto ellos como sus lectores podían sentirse legítimamente orgullosos.
Un escritor, pionero también de aquellos primeros tiempos, comentó una vez que el escribir ciencia ficción daba más trabajo y menos dinero que colocar ladrillos; él lo había hecho y sabía lo que decía. La albañilería está hoy día mucho mejor pagada que entonces, y lo mismo puede decirse de la ciencia ficción pero, tanto entonces como ahora, siempre ha habido medios más fáciles de ganarse la vida que dedicándose a ella.
Es importante recordar que los pioneros de la ciencia ficción eran, por lo general, escritores comerciales. Nunca hablaban de arte ni de literatura, si no más bien de «artesanía» y de niveles «profesionales». Pero eso no quiere decir, como algunos críticos actuales poco informados parecen pensar, que aquellos escritores no valoraran su trabajo. La ciencia ficción podría tener hoy mucho más prestigio si algunos de esos críticos, y sus autores favoritos, amaran el género tanto, como lo hicieron Leinster y algunos de sus colegas.
Cuando Leinster comenzó a escribir ciencia ficción, ni siquiera se la conocía por ese nombre. No existían revistas dedicadas a ella, y lo que se llamaban «novelas científicas» o «historias diferentes», aparecían, por lo general, en publicaciones baratas de aventuras, donde se alternaban con relatos del Oeste, novelas de espionaje, detectivescas, cuentos de terror y narraciones por el estilo. La ciencia ficción no tenía una identidad diferenciada ni unos niveles literarios reconocidos en general.
El primer relato de Leinster, «El rascacielos fugitivo» (1919), es el modelo típico de lo que quería un mercado que iba en busca de novelas emocionantes, pero que no sabía apreciar todavía la lógica y la imaginación científicas de aquellos cuentos. Un rascacielos neoyorquino retrocede dc repente en el tiempo -no importa el cómo ni el porqué- y sus habitantes tienen que aprender a luchar y desenvolverse en un entorno salvaje.
Sin embargo, incluso en sus primeras obras, Leinster introdujo un nuevo tipo de imaginación en estas revistas baratas de aventuras. «El planeta loco» (1920), seguía la tradición de la «novela científica», sumergiendo a seres humanos reducidos al estado salvaje, en la lucha por su supervivencia en un mundo poblado por insectos y hongos de tamaño gigantesco. Y, no obstante, esta obra sigue produciendo en la actualidad la sensación de algo fresco y vivo.
A Leinster le fascinaba el mundo de los insectos y, con ellos, no sólo asusta a sus lectores, sino que también les comunica su propia fascinación.
Cuando el mercado comenzó a pedir narraciones sobre científicos dementes que amenazaban la supervivencia del planeta con sus locos inventos, Leinster supo crearlas, pero conservando siempre en ellas un sentido de la lógica que las diferenciaba. En «La ciudad de los ciegos» (1929), el invento criminal de un científico sume a Nueva York en la oscuridad para encubrir una oleada de robos. Pero solamente a Leinster pudo ocurrírsele el considerar los efectos que este invento podía ejercer sobre el clima.
Sin embargo, Murray Leinster no se limitó tan sólo a mejorar los temas y modelos existentes, sino que introdujo temas nuevos en sus escritos. «A través del tiempo», es ya un clásico en este sentido. Se trata de la narración de ciencia ficción más influyente que jamás se haya escrito, al desarrollar el concepto de «mundos paralelos», mundos que existen en el mismo «tiempo» que el nuestro, pero en los que la historia natural o humana ha seguido un camino diferente. Esta idea ha sido desde entonces adoptada y desarrollada por multitud de escritores, entre los que figuran H. Bean Piper y Keith Laumer. Se sabe incluso que algunos físicos se han interesado seriamente por el tema y lo están estudiando. Por supuesto no los detalles específicos, pero sí el concepto de que nuestro universo puede no ser el único en este espacio-tiempo continuo.
Leinster no era en absoluto un teórico pesado; era un hombre capaz de divertirse con sus ideas y compartir su diversión con los lectores. «El demostrador de la cuarta dimensión» es como la continuación del viejo sueno de fabricar oro, pero a nadie de los que antes que él escribieron sobre la avaricia, se le ocurrió que un invento de producir riqueza de la nada también podría hacer lo mismo con otras cosas, incluso fabricar amigas...
Otra de sus más divertidas y curiosas narraciones, además de increíblemente profética, es «Un lógico llamado Joe». En la época en que la escribió casi nadie tenia menor idea sobre máquinas computadoras, y a nadie se le pudo ocurrir que un día pudieran existir y encontrarse en todas partes terminales de información procedente de computadoras, con el consiguiente séquito de problemas que ello comportaría, Resulta divertido (y muy serio, si bien se piensa), leer sobre personas que piden información computada sobre la manera de robar bancos o la forma de curar la concupiscencia de sus vecinos, pero es tanto más curioso porque sabemos que a Leinster se le ocurrían ideas en las que nadie había pensado antes.
El tipo de imaginación de Leinster no era meramente una afectación literaria, sino una parte básica del hombre mismo. Cuando no escribía es que estaba inventando. Tenía un laboratorio en su casa, y alguno de sus inventos poseen todas las características de la ciencia ficción.
Los Sistemas Jenkins, ampliamente usados en televisión y en el cine, se basan en un aparato que permite proyectar sobre una pantalla especial escenas de fondo sin que se note sobre los actores situados en primer plano ante la pantalla. Según lo describe su inventor (que firma Will F. Jenkins -Murray Leinster), en la obra «La ciencia ficción aplicada», el sistema depende del conocimiento preciso de los diferentes modos en que la luz puede ser reflejada. Pero depende también de una cierta psicología: la de un hombre que es capaz de ver cómo puede aplicarse un fenómeno tan natural.
El inventar es la manera de resolver problemas, y una de las formas favoritas de Leinster de escribir novelas, especialmente en sus últimos anos, fue lo que en general se llama la narración de problema científico. «Diferencia crítica» es una obra de esa serie que escribió en la década de 1950, y su propia experiencia en resolver problemas científicos se refleja en el modo en que su héroe resuelve la crisis natural que amenaza la existencia humana en el sistema planetario de una estrella insospechadamente variable. Este mismo tipo de penetración lo encontramos, no obstante, ya en los comienzos de su carrera, con la historia de Burl, el ser primitivo que descubre cómo usar su cerebro para sobrevivir en un entorno salvaje, en la narración «El planeta loco».
Leinster era un racionalista, término que a menudo parece peyorativo, quizás por su asociación con el lúgubre utilitarismo de la Escuela de Grandgrind del libro de Dickens Tiempos Difíciles. Leinster, que lo fue todo menos un Grandgrind, recibió la razón como una parte del componente normal de humanidad, y sus historias son siempre dramas humanos no meramente ejercicios para hacer en clase.
Con todo, nunca se excedió al presentar su filosofía en la ficción. En una de sus Historias Médicas, referente a un médico que debe resolver casos de urgencia en planetas lejanos, incluye citas de aforismos chistosos de un libro imaginario denominado La práctica de pensar, de Fitzgerald. Muchos de sus lectores, intrigados, estuvieron asediándole luego durante anos para que les dijera dónde podían obtener tal libro.
Tampoco olvidó nunca el detalle humano. En sus vehículos interplanetarios suenan discos grabados que recogen sonidos como: «el repiqueteo de la lluvia, el sonido del tráfico, el del viento en la copa de los árboles, y voces tan tenues que en ellas no se distinguen las palabras, una música casi inaudible, y, a veces, risas. En la grabación de fondo no había Información; sólo la seguridad de que todavía existían mundos con nubes y personas y criaturas que vivían en ellos».
«El primer Encuentro» es el más famoso de los relatos de Leinster sobre el tema de los contactos entre hombres y seres desconocidos. En la narración les ve compartiendo las mismas debilidades -miedo, avaricia y desconfianza- pero también la misma fuerza que proporciona la vida inteligente en todas partes: la habilidad para hacer uso de la razón y sobreponerse a sus propias debilidades y a los problemas que les depara el medio ambiente en el que viven. Esta historia le valió a Leinster el honor de ser incluido en el Salón de la Fama de la Ciencia Ficción (The Science Fiction Hall of Fame), volumen que contenía narraciones, con la categoría de clásicas de todos los tiempos, escogidas por votación por los Escritores de Ciencia Ficción de América.
«El primer encuentro» dio ocasión a un pequeño roce ideológico en 1959, cuando el escritor soviético de ciencia ficción Iván Yefremov publicó «El corazón de la serpiente», historia en la que los humanos y los extraños entran en relación amistosa y no tienen ninguna clase de conflicto entre ellos porque todos son buenos comunistas. Uno de los personajes del cuento de Yefremov habla desdeñosamente de «El primer encuentro», y ve en su autor «el corazón de una serpiente venenosa». Con su característica modestia y señorío, Leinster se negó a la polémica, y en cierta ocasión expresó más pesar por el aparente prejuicio de Yefremov contra las serpientes que por las críticas que había expresado en contra de él.
En «El planeta solitario», por contraste, los momentos difíciles han sido provocados todos por la ignorancia, la malicia, la ambición y la estupidez integral de los humanos. La simpatía de Leinster por el mundo todo cerebro de Alyx, es una de sus características -y un rasgo de la ciencia ficción en general durante los últimos cuarenta anos. También hay quienes, no excesivamente bien informados, creen que esta actitud se ha desarrollado solamente durante la última década, y por lo general entre los que así piensan.
En la década de los anos treinta, Leinster escribió varias historias realistas sobre futuras confrontaciones bélicas, como «Blindados» y «Política». En «Simbiosis» vuelve al tema de la guerra del futuro, pero de una manera mucho más sutil. Kantolia parece indefensa: ni carros de combate, ni aviones o artillería pesada, ni fantásticos rayos de la muerte. Pero tiene un arma realmente mortal, y los invasores se encuentran indefensos ante ella. El hecho de que un hombre con una conciencia atribulada tenga que decidir sobre el uso de esta arma, hace que la historia sea también muy humana.
«El poder» es una narración de ciencia ficción situada en una época en que la ciencia ficción no hubiera sido posible. Antes de que pueda haber ciencia o ciencia ficción, tiene que existir la clase de imaginación que las haga posibles a ambas. jPobre Carolus; ve, pero no sabe observar, y mucho menos comprender!
Una sola antología no podría abarcar probablemente todas las mejores historias de un hombre que durante cinco décadas estuvo escribiendo regularmente para el mercado de ciencia ficción, e incluso hay tipos de ciencia ficción que Leinster escribió, que no podrían estar representadas aquí a causa de la limitación de espacio. Y hay también, por supuesto; novelas como «El planeta olvidado» basada en «El planeta loco» y sus derivaciones.
Los lectores no tuvieron siempre la suerte de encontrar a Leinster en sus momentos más logrados. Después de abandonar una compañía de seguros a la edad de veintiún anos -su jefe pretendió obligarle a hacer algo que él consideró falto de ética, por lo que después de decirle a aquel señor unas cuantas palabras dejó el empleo- Leinster comenzó a vivir de la literatura, escribiendo ciencia ficción además de otros temas. Por desgracia, parece ser que algunos de sus editores preferían reeditar cualquiera de sus obras escritas rápidamente para ganarse la vida, que publicar sus obras clásicas. Hay que añadir a esto que algunos editores eran incapaces de ver la diferencia entre ellas incluso mientras él vivía.
Una de sus novelas, publicada por entregas en una revista, trataba de la piratería en el espacio. Este tema, ya viejo y del que se había abusado, fue redimido por Leinster en el momento cumbre de una de sus obras; en la que el héroe de la novela hace uso de sus conocimientos del sistema de comunicación de la nave asaltada para volver locos a los piratas. Cuando un editor de libros de bolsillo aceptó la novela, hizo cortar virtualmente la mayor parte de lo mejor de la obra sin informar siquiera de ello al autor.
En tiempos recientes parece que se ha puesto de moda despreciar a los pioneros de la ciencia ficción. Un autor contemporáneo dio de lado a Leinster pretenciosamente comentando que no era ningún Dostoievski, comentarlo que significa más o menos como decir que Scott Joplin no era un Beethoven.
Leinster, por supuesto, jamás pretendió ser un Dostoievski o cualquier otro escritor de esa categoría. Tendría el orgullo de hacer bien lo que hacia, pero nunca fue vanidoso. Y, sin embargo, fue él y fueron otros como él quienes crearon una nueva clase de ficción, con sus temas y tradiciones propios. Sin ellos, los actuales escritores de ciencia ficción no tendrían ningún material para convertir en literatura; en realidad, tales escritores ni siquiera existirían.
Leinster fue un pionero de la imaginación científica en la ficción. Y más aún que un pionero, pues ello no seria suficiente para que valiera la pena leerlo hoy día. La historia de cualquier género literario está llena de trabajos pioneros que solamente siguen teniendo interés para los estudiosos, y muchos de ellos pueden encontrarse en las revistas de ciencia ficción de hace treinta o cuarenta anos. Los clásicos de Leinster han escapado a este destino.
Claro que se puede distinguir cuáles de esos relatos fueron escritos en los anos treinta y cuáles lo fueron en los anos cincuenta; los estilos, después de todo, también cambian; pero sus narraciones no parecen tener edad. «El demostrador de la cuarta dimensión» por ejemplo, podría servir de base para un guión televisivo que se preparara mañana, con muy pocos retoques por cierto. Dada la naturaleza humana, los problemas éticos de «El primer encuentro» son tan reales hoy como lo eran en 1944, aunque haya que lamentar ciertas referencias étnicas inspiradas por la Segunda Guerra Mundial.
Leinster fue un hombre interesado por el mundo, por la gente y las ideas. Demasiados escritores parecen incapaces de interesarse por cualquier cosa que no sea ellos mismos. De la misma manera que el mejor maestro es aquel que se entusiasma con la materia que está ensenando, el mejor escritor es el que vibra con lo que está escribiendo. Leinster podía hacerlo y lo hizo, y por eso sus relatos siguen comunicándonos ese entusiasmo suyo.
Desde las aventuras en mundos paralelos de la obra «A través del tiempo» a los conflictos morales de «El primer encuentro», sigue valiendo la pena leer las obras de Murray Leinster.
John J. Pierce
28 de junio de 1977
Introducción a Inspector Colonial

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