terça-feira, 8 de março de 2016

Un Hombre Distinguido — Fredric Brown (cuento)

UN HOMBRE DISTINGUIDO




Fredric Brown




Se llamaba Hanley, Al Hanley, y al mirarle nadie hubiera pensado que iba a ser tan importante. Y de haber conocido la historia de su vida hasta el momento en que llegaron los Darianos, nadie hubiera sospechado lo agradecido que iban a estar una vez leído este relato a Al Hanley.

En aquel momento daba la casualidad de que Hanley estaba borracho. Y no es que el hecho fuera anormal: llevaba una larga temporada borracho, y se proponía continuar en aquel estado, a pesar de que se había convertido en una empresa difícil. Se había quedado sin dinero, y sin amigos que pudieran prestárselo. Había agotado también su lista de conocidos.

Se encontraba en la penosa condición de tener que andar varias millas para visitar a alguien a quien conocía muy superficialmente y tratar de obtener un préstamo de un dólar... o de veinticinco centavos. La larga caminata desvanecería los efectos del último trago. Bueno, no del todo, de modo que se hallaba en el estado de Alicia cuando estaba con la Reina Roja y tenía que correr todo lo que podía para permanecer en el mismo lugar.

Y mendigar a los desconocidos no era aconsejable, ya que los polizontes podían echarle el guante y obligarle a pasar una noche de sed en el calabozo, lo cual hubiera sido mucho peor. Se encontraba en aquella fase del alcoholismo en que pasar doce horas sin beber significaba enfrentarse con todos los horrores del infierno, en forma de delirium tremens.

El delírium tremens son simples alucinaciones. Si uno es listo, sabe que no existen. A veces incluso resultan una compañía agradable, si se es aficionado a esa clase de cosas. Circunstancia que no se daba en Hanley. Se presentan cuando un hombre que ha estado borracho durante una larga temporada, se ve repentinamente privado de la bebida por un prolongado período, como cuando está en la cárcel, por ejemplo.

El pensar en ellas mantenía a Hanley en un estado de sacudimiento. Sacudiendo específicamente la mano de un antiguo amigo, un amigo íntimo al cual sólo había visto unas cuantas veces en toda su vida, y en circunstancias no demasiado favorables. El nombre del amigo era Kid Eggleston, y se trataba de un robusto aunque maltrecho ex boxeador, que recientemente había sido el matón de una taberna, donde Hanley le había conocido, naturalmente.

Pero no necesitamos concentrarnos en recordar su nombre ni su historia, porque no va a durar mucho en lo que respecta a este relato. En realidad, dentro de un minuto y medio, exactamente, va a gritar, y luego se desmayará y no oiremos hablar más de él.

Pero, de camino, permítanme mencionar que si Kid Eggleston no hubiera gritado ni se hubiera desmayado, ustedes no estarían ahora leyendo este relato. Estarían, quizás, cavando en una mina, bajo un sol verdoso, en el extremo más apartado de la galaxia. No creo que la perspectiva les entusiasme, de modo que no olviden que fue Hanley quien les salvó y continúa salvándoles de ella. No sean demasiado duros con él. Si Tres y Nueve se hubieran llevado a Kid, las cosas serían muy distintas.

Tres y Nueve procedían del planeta Dar, que es el segundo (y único habitable) planeta de la anteriormente citada estrella verde situada en el extremo más apartado de la galaxia. Tres y Nueve no eran, desde luego, sus nombres completos. Los nombres Darianos son números, y el nombre completo de Tres era 389057792869223. O por lo menos, ésa sería su traducción al sistema decimal.

Estoy seguro de que ustedes me perdonarán por mencionarles simplemente como Tres y Nueve. Ellos no me lo perdonarían. Un Dariano siempre se dirige a otro citando su número completo, y cualquier abreviación es, no sólo descortés, sino insultante. Pero los Darianos viven mucho más tiempo que nosotros. Por lo tanto, pueden permitirse el lujo de malgastarlo, cosa que yo no puedo hacer.

En el momento en que Hanley sacudía la mano de Kid, Tres y Nueve estaban aún a cosa de una milla de distancia, midiendo de abajo arriba. No iban en un avión, ni siquiera en una nave espacial (Y, desde luego, tampoco en un platillo volante. Naturalmente que sé lo que son los platillos volantes, pero pregúntenme por ellos en otro momento. Ahora tengo que ocuparme de los Darianos). Iban en un dado espacio-tiempo.

Supongo que tendré que explicar esto. Los Darianos habían descubierto —como nosotros podemos descubrir algún día— que Einstein tenía razón. La materia no puede viajar a una velocidad superior a la de la luz sin convertirse en energía. Y a ustedes no les gustaría convertirse en energía, ¿verdad? Lo mismo les ocurría a los Darianos cuando iniciaron sus exploraciones a través de la galaxia.

De modo que llegaron a la conclusión de que se puede viajar a una velocidad superior a la de la luz, si se viaja simultáneamente a través del tiempo. Es decir, a través del continuo espacio-tiempo, más bien que a través del espacio en si. Su trayecto desde Dar cubría una distancia de 163.000 años luz.

Pero, dado que simultáneamente habian retrocedido 1.630 siglos, el tiempo transcurrido para ellos durante el viaje había sido cero. En su viaje de regreso habían recorrido 1.630 siglos hacia el futuro, y llegaron a su punto de partida en el continuo espacio-tiempo. Espero que comprendan lo que quiero decir.

De cualquier modo, allí estaba su dado, invisible para los terrestres, una milla encima de Filadelfia (Y no me pregunten por qué escogieron precisamente Filadelfia: no comprendo que a alguien se le ocurra escoger Filadelfia para nada). Había estado posado allí durante cuatro días, mientras Tres y Nueve recogían y estudiaban las emisiones de radio, hasta que fueron capaces de comprender y hablar nuestro idioma.

Desde luego, no aprendieron absolutamente nada acerca de nuestra civilización, ni de nuestras costumbres. ¿Imaginan ustedes la posibilidad de trazar un cuadro de la vida de los habitantes de la Tierra, escuchando una mezcla de concursos de lo toma o lo deja, caldos concentrados, Charles Mac Carthy y las Lágrimas de Una Madre?

Y no es que a ellos les importara cómo era nuestra civilización, mientras no fuera lo bastante desarrollada como para representar una amenaza para ellos... cosa de la que quedaron convencidos al cabo de cuatro días. No puede reprochárseles que obtuvieran esa impresión, que al fin y al cabo era correcta.

—¿Bajamos? —le preguntó Tres a Nueve.

—Sí, le dijo Nueve a Tres.

Tres se enroscó alrededor de los mandos.

—...desde luego que le vi boxear —estaba diciendo Hanley—. Y era usted muy bueno, Kid. Su manager debía de ser muy malo, pues no encuentro otra explicación al hecho de que no llegara usted a la cumbre. Tenía usted clase. ¿Qué le parece si vamos a echar un trago?

—¿Paga usted o yo, Hanley?

—Bueno, en estos momentos ando un poco escaso de fondos, Kid. Pero necesito un trago. En recuerdo de los viejos tiempos...

—Usted necesita un trago como yo un agujero en la cabeza. Está como una cuba, y será mejor que deje la bebida antes de que el delirium tremens...

—Creo que ya se ha presentado —le interrumpió Hanley—. Mire quién hay detrás de usted.

Kid Eggleston volvió la cabeza y miró. Gritó y se desmayó. Tres y Nueve estaban acercándose. Más allá veíase un monstruoso dado, de veinte pies de longitud. Mejor dicho, había el perfil de un dado. Su modo de estar allí y, sin embargo, de no estar allí, resultaba algo intranquilizador. Aquello debía de ser lo que asustó a Kid.

Porque en Tres y Nueve no había nada que pudiera infundir temor. Eran vermiformes, de unos quince pies de longitud (completamente extendidos) y de un pie de espesor, aproximadamente, en el centro, terminando en punta por ambos lados. Eran de un agradable color azul pálido, y no poseían ningún órgano sensorial visible, de modo que no podía saberse donde empezaban y donde terminaban... lo cual no importaba demasiado, a fin de cuentas, porque los dos extremos eran exactamente iguales.

Y, a pesar de que estaban avanzando hacia Hanley y hacia el ahora yaciente Kid, no tenían lo que podía corresponder a una cabeza y lo que podía corresponder a unos pies. Avanzaban flotando y en su posición normal: enroscados.

—Hola, muchachos —dijo Hanley—. Habéis asustado a mi amigo, maldita sea. Y en el preciso instante en que se disponía a invitarme a un trago. De modo que me debéis uno.

—Reacción ilógica —le dijo Tres a Nueve—. Éste es un ejemplar de otra clase. ¿Nos los llevamos a los dos?

—No. El otro, aunque de mayor tamaño, es más debilucho, evidentemente. Y un ejemplar será suficiente. Vamos.

Hanley retrocedió un par de pasos.

—Si vais a invitarme a un trago, de acuerdo. De no ser así, quiero saber adónde vamos.

—A Dar.

—¿Quieres decir qué habéis venido aquí desde Dar? Mira, muchacho, mi menda no irá a ninguna parte hasta que aflojéis la mosca y me paguéis un par de chatos.

—¿Has entendido algo? —le preguntó Nueve a Tres. Tres agitó negativamente uno de sus extremos—. ¿Nos lo llevamos a la fuerza?

—No es necesario, si viene voluntariamente. ¿Quieres entrar voluntariamente en el dado, criatura?

—¿Hay algo de beber dentro?

—Sí. Entra, por favor.

Hanley se dirigió hacia el dado y entró. No es que creyera que estaba realmente allí, desde luego, pero, ¿qué tenía que perder? Cuando se presentan las alucinaciones, es mejor seguirles la corriente. El dado era sólido, y no amorfo, ni siquiera transparente, desde el interior. Tres se enroscó alrededor de los mandos y manipuló cuidadosamente unos delicados mecanismos con ambos extremos.

—Estamos en el intraespacio —le dijo a Nueve—. Sugiero que nos quedemos aquí hasta que hayamos estudiado este ejemplar y podamos informar si es apto para nuestros propósitos.

—¡Eh, muchachos! ¿Qué hay de ese trago?

Hanley estaba empezando a preocuparse. Sus manos temblaban, y las arañas estaban deslizándose a lo largo de su espina dorsal.

—Parece que está sufriendo —dijo Nueve—. Tal vez tiene hambre, o sed. ¿Qué es lo que beben esas criaturas? ¿Peróxido de hidrógeno, como nosotros?

—La mayor parte de la superficie de su planeta parece estar cubierta de agua, abundante en cloruro sódico. Podemos sintetizar un poco...

Hanley aulló:

—¡No! Ni siquiera agua sin sal. ¡Necesito whisky!

—Analizaremos su metabolismo —dijo Tres—. Con el intrafluoroscopio, puedo hacerlo en un segundo.

Se desenroscó de los mandos y se acercó a un extraño aparato. Parpadearon unas luces.

Tres dijo:

—¡Qué raro! Su metabolismo depende de C2 H2 OH.

—¿C2 H2 OH?

—Si. Alcohol... al menos, básicamente. Con cierta dilución de H2O y sin el cloruro sódico presente en sus mares, así como cantidades fabulosamente menores de otros ingredientes. Eso parece ser lo único que ha consumido durante un período bastante largo. Se encuentra en una proporción de 24% en su corriente sanguínea y en su cerebro. Todo su metabolismo parece estar basado en ello.

—Muchachos —suplicó Hanley—. Me estoy muriendo por un trago. ¿Qué os parece si suspendéis la conferencia y me dais algo de beber?

—Un momento, por favor —dijo Nueve—. Voy a preparar lo que necesitas. Déjame utilizar los nonios en el intrafluoscopio, y añadir el psicómetro.

Parpadearon más luces, y Nueve se dirigió a un rincón del dado que era un laboratorio. Cuando regresó no había transcurrido un minuto. Llevaba una especie de cubilete lleno hasta la mitad de un líquido ambarino.

Hanley lo olió, luego bebió. Suspiró profundamente.

—Estoy muerto —dijo—, esto es licor irlandés, el néctar de los dioses. No existe otra bebida como ésta.

Bebió ávidamente, y el líquido ni siquiera quemó su garganta.

—¿Qué es eso, Nueve? —preguntó Tres.

—Una fórmula muy complicada, adaptada a sus exactas necesidades. Cincuenta por ciento de alcohol, cuarenta y cinco por ciento de agua. Los restantes ingredientes, sin embargo, son considerables en número; incluyen todas las vitaminas y minerales que su sistema precisa, en proporción adecuada y todos insípidos. Además, otros ingredientes en cantidades minúsculas para mejorar el sabor... de acuerdo con sus gustos. A nosotros nos sabría horriblemente, en el supuesto de que pudiéramos beber alcohol o agua.

Hanley suspiró y bebió largamente. Se tambaleó un poco. Luego miró a Tres y sonrió.

—Ahora sé que no estás ahí —dijo.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó Nueve a Tres.

—Sus procesos mentales parecen completamente ilógicos. Dudo de que su especie sirva para la esclavitud. Pero tenemos que asegurarnos, desde luego. ¿Cuál es tu nombre, criatura?

—¿Qué importa el nombre, camarada? —preguntó Hanley—. Llámame como quieras. Vosotros sois mis mejores amigos. Llevadme donde queráis. Con tal de que me aviséis cuando lleguemos a Dar...

Bebió largamente y se tumbó en el suelo. Unos extraños sonidos surgieron de él, pero ni Tres ni Nueve pudieron identificarlos como palabras. Sonaban aproximadamente así: Zzzzzz, glup... Zzzzzz, glup.

Le sacudieron, tratando de despertarle, pero fracasaron en el intento.

Le observaron, sometiéndole a todas las pruebas que su estado permitía. Hanley no se despertó hasta unas horas después. Se sentó y miró a los dos Darianos. Dijo:

—No lo creo. No estáis aquí. Por el amor de Dios, dadme otro trago, de prisa.

Le dieron el cubilete: Nueve había vuelto a llenarlo. Hanley bebió. Cerró los ojos. Dijo:

—No me despertéis.

—Pero, si estás despierto...

—Entonces, no dejéis que me duerma. Esto es pura ambrosía... la bebida de los dioses.

—¿Quiénes son los dioses?

—Ya no hay. Pero esto es lo que bebían. En el Olimpo.

Tres dijo:

—Procesos mentales completamente ilógicos.

Hanley alzó el cubilete. Dijo:

—Aquí es aquí, y Dar es Dar, amigos —Bebió.

—¿Qué sabe usted acerca de Dar? —preguntó Tres.

—Dar no tiene las cosas que tenéis vosotros. A vuestra salud, muchachos.

Bebió de nuevo.

—Demasiado estúpido para ser adiestrado para algo que no sea un trabajo físico —dijo Tres—. Pero, si tiene el vigor suficiente, tal vez podamos recomendar una incursión a este planeta. Tiene de tres a cuatro mil millones de habitantes. Y nosotros podemos utilizar el trabajo manual: tres o cuatro mil millones de esas criaturas nos ayudarían considerablemente.

—¡Hurra! —dijo Hanley.

—No parece coordinar bien —dijo Tres pensativamente—, Pero quizás su vigor físico es considerable. Criatura, ¿cómo debemos llamarte?

—Llamadme Al, muchachos.

Hanley se estaba poniendo en pie.

—¿Es ése tu nombre, o el de tu especie?

Hanley se recostó contra la pared y meditó unos instantes.

—El de la especie —dijo—. ¡Un momento! Voy a decirlo en latín.

La dijo en latín.

—Deseamos comprobar tu vigor. Corre arriba y abajo de uno a otro lado de este dado, hasta que te canses. Deja, yo sostendré el cubilete con tu alimento.

Cogió el cubilete de manos de Hanley. Hanley se resistió a soltarlo.

—Un trago más —dijo—. Sólo un traguito más, y correré para ti. Correré para el presidente.

—Tal vez lo necesite —dijo Tres—. Dale un poco más, Nueve.

Podía ser el último trago por una temporada, de modo que Hanley lo aprovechó bien. Luego contempló alegremente a los cuatro Darianos que le estaban mirando. Dijo:

—Os veré en las carreras, muchachos. A todos. Y, apostad por mí. Ganador y colocado. ¿Otro traguito, primero?

Le dieron otro traguito... esta vez realmente corto: menos de dos onzas.

—Basta —dijo Tres—. Ahora, corre.

Hanley dio un par de pasos y cayó de bruces. Dio media vuelta sobre sí mismo y se quedó tendido en el suelo, con una beatífica sonrisa en el rostro.

—¡Increíble! —dijo Tres—. Tal vez trata de engañarnos. Vamos a comprobarlo, Nueve.

Nueve lo comprobó.

—¡Increíble! —dijo—. Realmente increíble que después de un esfuerzo tan pequeño esté inconsciente... inconsciente hasta el punto de ser insensible al dolor. Y no está fingiendo. Su tipo es completamente inútil para Dar. Ajusta los mandos y enviaremos un informe. Nos lo llevaremos, de acuerdo con nuestras instrucciones complementarias, como un ejemplar para el parque zoológico. Físicamente, es el ejemplar más raro que hemos descubierto en cualquiera de los varios millones de planetas.

Tres se enroscó en los controles y utilizó sus dos extremos para manipular mecanismos. Transcurrieron ciento sesenta y tres mil años luz y 1.630 siglos, ajustándose de un modo tan absoluto y perfecto que ni el tiempo ni la distancia parecieron haber sido cruzados.

En la capital de Dar, la cual gobierna a millares de planetas útiles, y ha visitado millones de planetas inútiles —como la Tierra—, Al Hanley ocupa una gran jaula de cristal en un lugar de honor, como ejemplar realmente asombroso.

En el centro de la jaula hay una balsa, de la cual bebe a menudo y en la cual se le ha visto bañarse. La balsa está siempre llena de un brebaje delicioso, que es en relación con el mejor whisky de la Tierra, lo que el mejor whisky de la Tierra es en relación con la ginebra de tina elaborada en una tina sucia. Además, está reforzado —sin que afecte a su sabor— con todas las vitaminas y minerales que el metabolismo de Hanley necesita.

No produce resaca ni otras desagradables consecuencias. Es una bebida tan deliciosa para Hanley como la constitución de Hanley para los visitantes del zoo, los cuales le contemplan admirados y luego leen el cartel colgado de su jaula, encabezado por el nombre de su especie en latín... tal como Hanley se la reveló a Tres y a Nueve.

ALCOHOLICUS ANONYMOUS

Vive a base de una dieta de C2 H2 OH, ligeramente reforzada con vitaminas y minerales. Ocasionalmente brillante, pero completamente ilógico. Carece de vigor: sólo puede dar unos cuantos pasos sin caerse. Carece de todo valor comercial, pero es un fascinante ejemplar de la más extraña de las formas de vida descubiertas hasta ahora en la Galaxia. Procede del Planeta 3, del Sol JX647-HG908.

Tan raro, en realidad, que le han sometido a un tratamiento que le hace prácticamente inmortal. Y es bueno que sea así, porque es un ejemplar zoológico tan interesante, que si algún día muere, los Darianos tendrían que bajar a la Tierra en busca de otro. Y podría suceder que tropezaran con usted o conmigo... y que diera la casualidad de que usted o yo, según el caso, estuviéramos sobrios. Y esto sería terrible para todos nosotros.

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Título original:Man of Distinction
Revista o libro:Thrilling Wonder Stories
Editorial:Standard Magazines, Inc.
FechaFebrero de 1951